La rueda de prensa de Mariano Rajoy después del último Consejo de Ministros antes del verano había despertado una cierta ansiedad, teniendo en cuenta que todos los partidos políticos, inclusive su partido, están ya en precampaña electoral. Pero ya se sabe que el presidente no «es la alegría de la casa», no se apartó del guión al que recurre habitualmente: la crisis casi es un recuerdo a pesar de la nefasta herencia recibida; la economía, como Paco de Lucía o Chopin, se ha convertida en virtuosa, una manera muy original a la hora de definir cómo están los números. Eso sí, vuelve a insistir, que su Gobierno es la única garantía de estabilidad y progreso, todos los demás llevarán al país al caos, España se convertiría en otra Grecia. En cuanto a Catalunya, no pasa nada, ahí está la ley y punto y si algo faltaba se elige al candidato más conflictivo (eso sí, no deja de decir que fue una decisión del PP catalán; él pasaba por ahí). Los medios acudieron en busca de sabrosos titulares pero se fueron decepcionados. Ahora su política es estar más cerca de la gente, de la sociedad, pero sigue siendo el de siempre, el del «plasma». Nadie cambia por decreto.

Preguntado por la corrupción evidenció su malestar por lo que dijo el exalcalde de Valdemoro, que convirtieron en su ciudad sin ley. Eso de tocarse los huevos le resultó incómodo pero no se preguntó sobre los cien mil euros que pagó de fianzas. Trillo, presidente del Congreso de los Diputados, se hizo célebre con aquel manda huevos. Es evidente que el lenguaje machista lo tienen muy interiorizado. Rajoy es conocido por su afición a leer el Marca, especialmente la información sobre el fútbol. Ahora se toma unos días. Es de esperar que en su maleta lleve otras publicaciones. Hay vida más allá del fútbol. Lejos de la Moncloa puede recordar esa frase de Aristóteles tan socorrida: «La realidad es la única verdad». Hay otra España que no es virtuosa.