La depresión juvenil resulta un problema social mucho más frecuente de lo que se piensa. A una edad en la que podría suponerse que existen tantos motivos para disfrutar de la vida, muchos jóvenes se sienten realmente desmotivados. Envueltos en innumerables tareas y responsabilidades pero sin llegar a encontrar nada que realmente les apasione. Los jóvenes a los que nos referimos, no llegan a encontrar un motivo que justifique sus actividades. Acudir a la escuela o a la facultad, reunirse con los amigos, pasar una tarde en familia, son situaciones carentes de interés. Se comportan como suponen que deben hacerlo, inmersos en todas las demandas del entorno. Sienten que no han elegido nada de lo que tienen. Así pasan los días y las semanas, comienzan a aislarse porque no se sienten comprendidos, se refugian en actividades solitarias, como navegar por Internet, pasar el tiempo con videojuegos? Y finalmente el alarmante dato estadístico: el suicidio es la segunda causa de muerte de jóvenes entre 15 y 29 años en el mundo.

Cuando analizamos detenidamente la situación, observamos que realmente estos chicos y chicas no tienen una motivación personal para vivir. La aplicación de sus estudios, en el terreno laboral, por ejemplo, queda demasiado lejos, y ni siquiera esperan disfrutar de ello algún día. En estos casos, es muy recomendable lograr que el joven comience a aplicar todo aquello que está estudiando. Ya sea a través de voluntariados, realización de prácticas en empresas, o desarrollo de trabajos y aportaciones personales. De este modo, la motivación personal se recupera y puede sentirse el protagonista de su propia historia. Además de obtener una utilidad real para sus aprendizajes. Pensemos que la iniciativa propia es del todo válida. No es necesario esperar a ser reclamado por una empresa o aceptado en un programa de prácticas. Además, un proyecto personal que logre abarcar varios de sus intereses, será mucho más motivador.

Veamos el ejemplo de un joven llamado Rodrigo que cursaba estudios de ingeniería ambiental en la universidad, pero no encontraba ningún interés en ello, por lo que apenas asistía a clase. Lo único que realmente le apasionaba era viajar a una reserva forestal y pasar un tiempo allí. Rodrigo encontró finalmente el modo de organizar un plan de protección de la flora de dicha reserva estableciendo contacto con una ONG que se dedicaba a ello. Aprovechando lo aprendido con sus estudios logró aportar conocimientos valiosos a la organización y así pudo financiar su viaje durante dos meses al lugar soñado. Cuando se sentó en su pupitre al inicio del nuevo curso, y el profesor empezó a explicar, sus ojos estaban abiertos como platos.