Recuerdan ustedes dos lo aburrido que resultaba a los ciudadanos -sobre todo a la progresía y sus palmeros- escuchar a Rajoy y al PP quejarse constantemente de la herencia recibida del Gobierno del PSOE y su oráculo Zapatero? ¿Recuerdan también que les afeaban constantemente que esa excusa no era de recibo? ¿Se les ha olvidado, quizás, que apenas aterrizaron en el Gobierno ya les estaban esperando manifestaciones, «mareas», huelgas y protestas en toda España? Y por último, ¿recuerdan que fueron los partidos y grupos emergentes quienes llevaron la iniciativa y se alzaron con el liderazgo de esas protestas contra el bipartidismo y la prostituida casta política? Sí, lo recuerdan muy bien, entre otras cosas porque también resultaban aburridos estos emergentes con su inmaculada letanía de honestidad y altruista servicio al pueblo. Porque resultaba altamente sospechoso que unos movimientos que nos vendieron como espontáneos, asamblearios y libres de jerarquías políticas dogmáticas, recién nacidos, estuvieran en tan poco tiempo controlados por tan pocas manos. Pervirtiendo la máxima de Churchill parecía que nunca tantos debieran tanto a tan pocos y? en tan poco tiempo. Porque cuando la ciudadanía quiso darse cuenta de la evolución del fenómeno asambleario y horizontal ya estaban allí, de toda la vida, por arte de nigromancia y perfectamente coordinados, Iglesias, Monedero, Errejón y otros cuantos y cuantas ordenando el desorden. Viejos pastores guiando al joven rebaño con el mate del pastor, una jugada de ajedrez siempre aplicada a los ingenuos.

Hoy, tras las pasadas elecciones, los partidos y grupos emergentes, las coaliciones que los conforman (con su sopa de letras, siglas e ideología), nuestros espontáneos pastores, se han instalado en gobiernos autonómicos, provinciales y municipales, solos o en compañía de otros, nombrando vicarios -muchos, ávidos de poder a cualquier precio- que en realidad están oficiando la liturgia que les ordenan; unos delegados de los que se desprenderán cuando ya no los necesiten. Así lo estamos viendo en importantes ayuntamientos y en alguna autonomía. El discurso es el mismo en todos lados: aplicarse sin denuedo a los fines que verdaderamente persiguen. Déjense de políticas sociales, de creación de empleo, paro, desigualdades, ciudades limpias, banca pública, fin de los macro proyectos urbanísticos ligados a multinacionales, mejoras urgentes en sanidad o la eliminación en los centros de poder de amigos, enchufados y asesores. Tras unos primeros guiños demagógicos y populistas lo que de verdad les ha importado es el ataque directo, perfectamente coordinado, a los símbolos y a la legalidad («desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas») con la que han estado conviviendo los españoles desde el inicio de la democracia. También los referidos a la Iglesia Católica. No es este un discurso forzado o que provine de un golpe de insolación estival, no; son ellos y ellas quienes lo han traído diariamente con sus actos, sus decisiones y sus imposiciones.

Pero no se equivoquen; en algunos casos pueden parecer espontáneos, sinceros y virginales, puede; pero no son tontos, saben muy bien lo que quieren y cómo lograrlo, o al menos, cómo inocular en el cuerpo social la suficiente dosis de enfrentamiento y crispación para que cada vez sea más difícil retomar otro camino que no sea el que han señalado. En los apenas dos meses que llevan gobernando ya han establecido algunas máximas irrenunciables, todas ellas llevadas sin el más mínimo respeto a otras sensibilidades, a los símbolos, instituciones y personas que las representan. Un glosario de principios urgentes con la excusa de que lo pide el pueblo.

Una estrategia coordinada, mimética, contra la Monarquía y la figura del anterior Rey Juan Carlos. No hay nada más urgente. Una estrategia coordinada, sibilina en algunos casos, contra la bandera española, camuflándola o retirándola de la vida ciudadana con cualquier excusa. No hay nada más urgente. Una estrategia coordinada para cambiar nombres de calles y adaptarlas a sentimientos republicanos añorados apelando a la memoria histórica. No hay nada más urgente. En alguna autonomía, como la nuestra, vuelta de tuerca al castellano e imposición del valenciano incluso en futuras programaciones de teatros municipales. Lo más culto, necesario, urgente y solicitado por el pueblo, sin duda. Qué arrogante es la prepotencia de quienes se creen custodios de la verdad revelada. Y como broche de todas esas urgencias que tanto preocupan a los mandamases emergentes y tan poco le preocupa a la ciudadanía, una estrategia en comandita para apoyar la llamada independentista catalana -véase Ada Colau, Podemos y otros- o callar al respecto como si eso no fuera de incumbencia del resto de los españoles. No han perdido el tiempo. Y por supuesto, todo acompañado de un continuo llanto, un amargo «quejío» por la herencia recibida, balsámica excusa para no cumplir populistas promesas imposibles.