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Javier Llopis

Opinión

Javier Llopis

Morir de desgana

En esto siempre han coincidido las derechas y las izquierdas: Alcoy está culturalmente muerto durante los meses de verano. Este dogma de fe ha sido aceptado por todos los gobiernos municipales de la ciudad, que han coincidido en descartar la posibilidad de montar una programación atractiva de actividades durante julio y agosto, dando por buena la teoría de que no vale la pena gastarse dinero en unos eventos a los que no va a ir nadie. En épocas de crisis y en épocas de esplendores económicos, el resultado siempre ha sido el mismo: la nada, perfectamente envuelta para regalo.Hubo unos tímidos intentos durante los primeros años de ayuntamientos democráticos. Aquellos fugaces entusiasmos de verbenas populares, funciones de cine a la fresca y actuaciones musicales se disolvieron rápidamente y el ciclo veraniego empezó a transformarse poco a poco en lo que es en la actualidad: un cajón de sastre sin orden ni concierto con el que el Ayuntamiento de turno intenta darnos el pego y convencernos de la existencia de un inexistente programa. Cualquier cosa vale para meterla en el saco y para hacer un folleto lleno de colorines con propuestas que van desde las jornadas de puertas abiertas en la piscina al Bus de la Festa, pasando por eventos organizados por entidades privadas de los que se apropia la corporación. Estos discutibles criterios se han mantenido invariables a través de los sucesivos cambios de color político en el Ayuntamiento, provocando un progresivo empobrecimiento de la calidad y de la cantidad de esta oferta institucional. La situación ha llegado a tal punto, que buena parte de la ciudadanía acepta como un hecho perfectamente normal que los veranos alcoyanos sean un desierto cultural totalmente desprovisto de vida.

La actitud de los sucesivos gobiernos municipales esconde un inmenso desprecio hacia esos miles de alcoyanos que por gusto o por fuerza mayor han de pasarse el periodo de vacaciones en la ciudad. Estamos ante un colectivo inexistente, que no recibe ni la más mínima atención institucional, al considerarse por algún extraño motivo que durante los meses de verano la gente no tiene ninguna necesidad de cultura.

El mensaje que se lanza desde las instituciones alcoyanas es muy claro en este sentido: el que quiera ver un buen concierto o una buena función teatral, que coja el coche y viaje a Alicante, a Cartagena o a cualquier otra localidad cercana o sino, que se espere a la llegada del mes de septiembre. Al margen de las cuestiones estrictamente internas, hay que llamar la atención sobre otro fenómeno inexplicable de los veranos alcoyanos. Esta ciudad ha renunciado de forma sistemática a cualquier posibilidad de montar actividades veraniegas para atraer a púbico foráneo y animar a su maltrecho sector turístico. A lo largo de las últimas décadas, España se ha llenado de festivales de rock, de ciclos de jazz al aire libre, de encuentros teatrales o de seminarios universitarios, sin que Alcoy haya hecho ninguna intentona por entrar en esa rueda, que en algunos casos ha logrado éxitos clamorosos y ha acabado por consolidarse como una imagen de marca, que ha prestigiado el nombre de la población que los organizaba. La única excepción a esta regla fue el fugaz Mediàtic, un festival que no llegó a cuajar y que estuvo siempre marcado por la polémica.

Por muchas vueltas que uno le dé al asunto, resulta muy difícil encontrar una explicación para el letargo cultural alcoyano. Todo parece indicar que esta extraña situación es el fruto de una inercia que afecta por igual a todos nuestros gobernantes. Nadie quiere arriesgarse, nadie está dispuesto a hacer ni el más mínimo esfuerzo de imaginación para poner en marcha una iniciativa novedosa para romper esta eterna rutina, que cada año nos acerca un poquito más al encefalograma plano. La desgana institucional se asume en la calle con una naturalidad inexplicable y una ciudad entera coloca cada mes de julio el cartel de «Cerrado por vacaciones».

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