Todo el mundo cree que una buena mesa debe estar presidida por un mejor vino. Los comensales que se reúnen para compartir ese momento deben sentir cómo aumenta la temperatura de su amormetro con cada sorbo de ese milagro en forma de líquido tan sutil, tan brillante, que nos da la uva. La verdad es que si me paro a pensar en la luz, los aromas, la fauna o la flora de un trozo de tierra cargado de tradición y de historia o imagino viñedos plantados, siento la importancia de los racimos de los que se obtendrá mediante la transformación artesana del hombre, ese magnífico líquido que lleva el testigo de la tierra dentro de cada botella.

El vino es un vínculo entre religión y cultura. Es una de las primeras creaciones de la humanidad y, con ella, se descubrieron por primera vez reacciones químicas como la fermentación y oxidación. La leyenda está presente en el líquido rojo que nos da alegrías. La historia nos dice que los egipcios ya daban etiquetas a sus vinos. Hubo hasta leyes para regular las tiendas o comercialización de los vinos y los babilonios - el actual Irak- fueron pioneros en promulgarlas. Un testigo de la historia podría ser la bodega de almacenamiento más antigua del mundo descubierta recientemente en Israel, cerca de Hebrón, ciudad machacada por el ejército judío, que cuenta con más de cuatro mil años de antigüedad, con cuarenta ánforas que contenían vino.

El vino, ya sea aterciopelado, áspero, armónico, ardiente, decrépito, duro, cabezón, enverado o herbáceo. Con sus lágrimas en copa que delatan su contenido en alcohol o glicerina, o si estamos ante un vino con nariz -como dicen los expertos-. En cualquiera de sus particularidades es un arte, una cultura, una tradición que nos llena de placer. En realidad está lleno de romanticismo y de señas de identidad pues es el reflejo de la civilización, de cada territorio donde se cultiva y de las artes de las gentes que rinden culto a la viña.

Las mismas viñas que son el referente de cada bodega, pues la calidad del vino y el éxito de la bodega depende de la calidad de sus cepas. Somos el viñedo más grande del mundo con más variedades de uvas y tradición pero me entristece que los magos del vino digan que no sabemos venderlo. ¿A qué esperamos? Si no tenemos una marca conjunta para presentar en una sola todas las denominaciones de origen, si cada denominación va por su cuenta fuera de nuestro país, ¿no será mejor ir en grupo que individualmente? Los viticultores que pasan sus días en la viña, que la heredaron de sus padres, y estos de sus abuelos, que quieren a esos viñedos como a un hijo, que sienten cómo pueden mantener un diálogo hasta con los sarmientos, entendiendo cada instante lo que necesitan y que saben que nada es previsible porque depende de la climatología, si llueve, si hace calor? Todo influirá sobre el resultado de la cosecha. No son gestores, a pesar de ello, algunos viajan con sus botellas bajo del brazo para presentarlas a posibles compradores. ¿Esto no tiene mérito? Las fórmulas de venta han cambiado, ya no todo vale para vender. Los tiempos del vino como estrella de la nuit han evolucionado. Hemos pasado de la cultura de enseñar las bodegas para promocionar su venta a la cultura de promocionar la visita a los viñedos. De la cultura que ha llevado a muchas empresas vinícolas al cierre o estar como cadáveres en venta, a la cultura que impera y está dando resultados: un estilo de turismo conocido como enoturismo, que está ofreciendo calidad y oportunidad a sus usuarios de poder disfrutar del gusto por las cosas que nos ofrece nuestra propia tierra. Visitas a medios rurales donde se aprecia el poder del hombre para transformar la uva en vino. Un poder que ha sido bendecido hasta por los dioses.

Antes de decir Jesús «yo soy la vid», ya estaba Osiris como dios egipcio del vino. Dionisio como el dios de la vid y del vino. Y los sumerios con su diosa Gestin, madre cepa . O la esposa de Pa-gestindug, llamada Nin-Kasi, cuyo significado es dama del fruto embriagador. Quizás estos dioses ni se imaginaran que ese maravilloso fruto embriagador tiene propiedades curativas tan lejanas de lo divino como reales.

Según estudios científicos, los vinos tintos pueden revertir el comportamiento depresivo, es decir, cura la depresión porque contiene resveratol, un agente anti-inflamatorio. Gracias al mismo componente el consumo del líquido de la alegría puede ayudar en la prevención y tratamiento del cáncer oral o cuello. Por eso es importante comprar los vinos en las mejores condiciones y tener en cuenta que no debemos adquirirlos en tiendas donde se no se tienen cuidados especiales de temperatura, etcétera, es decir, donde se maltrata el vino. El precio no es lo más importante, a veces no por caro es mejor. No comprar ofertas de vinos muy antiguos, si es para consumo es esencial el año de cosecha. Creo, después de lo dicho que consumir vino no es un riesgo, es salud. Creo que me voy corriendo a por una copita de tinto (o dos, o tres) para hacer un brindis. Va por ustedes: felices vacaciones.