Tengo que decir, ante todo, que este viaje, en el que fui invitada por la Asociación de Marroquíes Víctimas de la Expulsión Arbitraria de Argelia para participar en el Primer Foro Civil Magrebí, ante todo ha sido una experiencia increíble. Lejos de mis complejos, como tantos que planean sobre nuestras cabezas de europeos (y en el caso de los españoles muy acentuado) emprendí un viaje del que difícilmente me voy a olvidar? y mucho menos reparar en mi corazón y mi cabeza, que desde esta ocasión tan especial ha cambiado hacia esta región del mundo (El Magreb) de manera insospechadamente diferente. Lejos de estos prejuicios me he enfrentado a un drama que, como todos los que tratan con seres humanos, con derechos civiles y con libertades personales y colectivas, es evidentemente de dimensiones trágicas. Así que me he permitido bucear en la memoria de todo un país y con ellos comenzar a conocer a todo un pueblo que vuelve al principio de su identidad en un remoto ya año de 1956. Es cierto que este drama se ha visto inmerso en los eternos conflictos que han surcado las fronteras entre ambos países y que, sin pensarlo, a veces desde nuestra cercana pero lejana identidad europea hemos contemplado con cierta pasividad. En aquel año de 1975 más de 45.000 familias quedaron rotas, destrozadas y hasta hoy deshechas o bien desheredadas y todavía con el lastre de una mácula que no es borrable así como así. En aquel 18 de diciembre, durante un fin de semana trágico, el vecino país Argelia forzó una expulsión masiva, un éxodo lamentable de miles de familias, mejor dicho, de los miembros que encontraron de las mismas en esas casi 72 horas de terror. Atrás, y esto lo escuché de primera mano, quedaron hijos en el colegio, madres que estaban fuera y no se las localizó, abuelos que no se encontraron y yo qué sé? al estilo de las grandes deportaciones étnicas y de un cariz dramático fuera de lo común.

Estos ciudadanos marroquíes que, como en toda frontera de región natural (hace mucho que los grandes geógrafos humanos saben que las fronteras entre los pueblos son cosa legal que está por debajo de la aplastante realidad de la población) pasaban sin problema entre ambos lados o trabajaban y vivían en el de ambos lados, quedaron sesgados en su forma de vida. Expulsados sin recibir explicación y sin compensación alguna por años de sudor, casas, patrimonio, herencias o cosas que dejaron atrás. Muy atrás? para no poder volver nunca más. Estoy segura que de esto habrá quien diga que otros están igual o peor, pero ninguna otra cosa justifica la anterior, si es igual o más lamentable todavía. Pues bien, hoy, hay un foro pacífico, un foro civil que me ha reconfortado y alentado para pensar que el futuro de esta tierra, de la Tierra en general y de la humanidad puede tener alguna solución. He tenido que ir a Marruecos para escuchar a una mujer libia que me ha dejado el corazón por el suelo como he tenido que sentir que, muchas veces, no tenemos ni idea de lo que pasa en sitios tan cercanos, incluso cuando intervenimos. Cómo se ha sentido desamparada tras una guerra contra el dictador pero que luego ha dejado un rastro de odio y pobreza, miseria que no hemos recompuesto. He escuchado cómo claman por nuestra ayuda y sobre todo, cómo ellos mismos son los primeros que sufren el terrorismo islamista con verdadero pavor.

Los miembros tunecinos del foro nos dieron una lección de humanidad, de Historia y de principios que le quitarían la tontería a cualquier pseudointelectual que va de rollito integrador de la liberación árabe y no sabe ahora qué decir cuando los mismos magrebíes están, todos ellos, hasta las narices de que el IS trate de jorobarles en su vida, economía, estabilidad y paz civil y física. He escuchado historia del propio Argel, historia de Marruecos, historia de Libia, historia de Egipto e historia del Magreb en general y he tenido que sentir que, siendo de Historia, precisamente, y ejerciendo de cronista y comunicadora no tenía ni idea de lo que significa realmente su esencia. Por no decir que me han enseñado que prejuzgar es una verdadera esencia de barbarie inculta y panfletaria. Y desde luego me ha devuelto la sonrisa por el futuro. He visto una nación en Rabat que intenta prosperar, que lucha por las generaciones siguientes, he visto sonrisas inmensas que saludaban mi paso por cada acera y una humanidad que ya quisiera tener en mi España del alma en cada rincón. No sé, ni me importa, quién tiene, tuvo o tendrá razón al completo, sólo sé que nadie jamás debería haber consentido ni aquí, ni en ninguna parte del mundo, la deportación masiva de una sola alma, una sola familia y un solo corazón. El mismo corazón que emocionado entre profesores de sus universidades, de todas, todas, las del Magreb, han aprovechado para firmar un manifiesto que constituya el Primer Observatorio sobre este asunto y la base para reactivar el proyecto de una Unión Magrebí que con la economía, la cultura y la comunidad de objetivos construya un futuro mejor para una región que es vital en el Mediterráneo y, señores, en nuestra futura existencia europea. Porque a veces, sí, muchas veces, nos olvidamos que en esto va nuestra propia vida. ¡Gracias!