No hay día que no veamos un telediario y que este no se abra hablando de Mas, de Junqueras y de su frenética e imparable carrera hacia la independencia para crear un Estado catalán que no se llame ni forme parte de España. Ese parece su anhelo fundamental y la motivación que empuja todas sus acciones de gobierno o desgobierno.

El problema viene de lejos. Muchos lo sitúan en la rebelión de Barcelona del año 1640. ¿Qué pasó entonces?

El rey de Francia andaba a la greña con el de España -siempre son los vecinos quienes se llevan mal como cantaba el recordado Carlos Cano, o sea Luis XIII se llevaba a matar con Felipe IV-. Cataluña estaba inmediatamente implicada en dicha guerra por ser territorio fronterizo, los andaluces, por ejemplo, no nos enterábamos.

Felipe IV era un rey con poca o ninguna personalidad, preocupado de diversiones, faldas y líos de cama -me remito a los extraordinarios cursos de la Universidad Permanente sobre Austrias y Borbones-. Mandaba realmente un valido famoso: el Conde Duque de Olivares, sobre el que el doctor Marañón tiene un excelente estudio como persona afanosa de poder. ¡Qué cosa tan rara, un hombre con afán de poder! El Conde Duque mete en Cataluña alrededor de 40.000 soldados para afrontar las necesidades de esa guerra.

Todas las tropas que en el mundo han sido -incluso los soldaditos de reemplazo cuando la mili existía en este país e íbamos dieciséis meses a perder el tiempo paseando el chopo- todas las tropas, tienen un serio inconveniente: el comportamiento colectivo es distinto de la suma de los comportamientos individuales. Siete soldados juntos pueden ser un enjambre engorroso, aunque cogidos de uno en uno sean el colmo de la educación y el buen comportamiento. Esas tropas comen, beben, se divierten, se pelean y necesitan techo para dormir. Tienen que usar las casas de los campesinos de la zona para pernoctar y, para comer, hay que darles víveres. Olivares nombra en Cataluña un virrey -el Conde de Santa Coloma- que adopta duras medidas contra los campesinos reacios a hospedar a las tropas. En junio de 1640 los segadores (de ahí el himno catalán) junto a grupos de campesinos se rebelan y montan una insurrección de tres pares en Barcelona como culmen de otras menores que habían tenido lugar meses antes. Matan al virrey y se ensañan contra todo lo que huela a castellano. Faltaba la toma de Barcelona en 1714 por las tropas borbónicas -lean ustedes Victus, no se pierdan ese disfrute- para completar el «agravio». Fíjense si viene de antiguo la historia. Como si todas las historias de todos los Estados no estuviesen llenas de conquistas, traiciones, muertes, guerras, pactos ventas y compras.

Presenté en el Club INFORMACIÓN, hace once años, un libro titulado Criminalidad organizada. Los movimientos terroristas y, comparando la cuestión vasca con la catalana, adjudicaba a esta última una mayor complejidad en palabras del propio Olivares: «El problema catalán -decía este caballero en el siglo XVII- es mucho más complejo de lo que parece y no cabe para él una solución inmediata y radical».

Desde el siglo XVII ha llovido mucho. No existen los segadores, ni el obispo de Gerona aporta el elemento religioso para la rebelión. Hemos pasado una guerra de Sucesión, una de la Independencia, varias carlistas, una guerra civil, repúblicas, dictaduras, golpes de Estado, constituciones, regencias, pérdida y derrumbamiento del imperio y? mejor no seguir para no abrumar al lector paciente. Bueno pues aquí tienen al señor Mas y al señor Junqueras, seguidos por otros cuantos fervientes patriotas, pretendiendo saltar por encima de todos los procesos, múltiples y complejos, precisos para llegar a ser el Estado que somos y pretendiendo volver a la época en que los campesinos se rebelaron por los problemas que ocasionaba mantener a los soldados enviados por el Conde Duque de Olivares para sostener la guerra con Francia.

Esto me parece simplemente un anacronismo porque un Estado es algo muy serio como para ser puesto en cuestión cada diez o veinte años. Mucho más ahora, cuando lo que impera es la globalización y somos casi una sucursal de Obama, de Bruselas y de Merkel, del Fondo Monetario y del Banco Central.

Más anacronismo gilipollas me parece -en las últimas elecciones he votado a Podemos, nada que ver con monárquicos recalcitrantes- andar enredando con quitar el busto del Rey, arrumbándolo en una caja desvencijada e infame, en lugar de dedicarse a solventar problemas profundos y graves de los ciudadanos.

Zarzalejos ha escrito un libro clarividente hace dos días: Mañana será tarde. Un diagnóstico valiente para un país imputado. No tiene desperdicio. En relación con la política gubernamental para con Cataluña afirma: «Espera y ve y deja que las fuerzas catalanas y la propia dinámica de la sociedad allí y en el conjunto de España desaten consecuencias antes imprevistas que den al traste con el proceso secesionista». Rajoy tiene ahí -y en la economía, y en las colas de abuelos griegos en los cajeros, y en las leyes que saca a velocidad de vértigo- la clave para mantenerse en el poder otros cuatro años. Y si no, al tiempo.