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Desde mi terraza

Luis De Castro

Carpe diem

«Carpe diem» es una locución latina que significa literalmente «Toma el día». «Aprovecha el momento», «Disfruta el ahora», en el sentido de no malgastar el tiempo. La frase se encuentra en un poema de la obra Odas del poeta romano Horacio, que vivió y murió en el Siglo VI a.d. Cristo. Pero la mayoría de los humanos la conocimos a través de la película El club de los poetas muertos, un suceso mundial que fue dirigido por el australiano Peter Weir e interpretada magistralmente por el desaparecido Robin Williams, que encarnaba al profesor Keating, el profesor de literatura que todos quisimos tener, y que consigue reactivar entre sus alumnos un club de poesía que años atrás fue prohibido en el colegio. La película es un canto a la libertad, a la juventud, a los sueños perseguidos, a la amistad y la lealtad.

Y es precisamente con la frase «Carpe Diem» como nos despedíamos tras las cenas quincenales durante cuarenta años mi amigo José Antonio Peral y quien escribe. Hace cinco días que mi más antiguo amigo nos dejó, víctima de la más cruel enfermedad de nuestro tiempo, el cáncer. Y, como en la famosa canción Dos cruces, el destino quiso que los últimos dos años de su vida viviéramos totalmente distanciados; a veces las pequeñas cosas se convierten en verdugos que arrasan lo que encuentran a su paso. Y es la escasa atención a esas pequeñas cosas las que a veces nos hacen tirar la toalla, incluso en casos de sólida amistad. Y así es si así os parece. José Antonio dio prioridad en su vida a tres elementos: su mujer, sus cuatro hijos y la amistad. Su carácter dialogante no era óbice para que se mostrara inflexible ante la deslealtad, tuviera o no razones para esa inflexibilidad. Y en este sentido era contradictorio con la actitud de su madre, doña Consolación Ayala, fallecida hace unos años y a la que adoraba, que justificaba cualquier comportamiento humano con la frase: «Sus razones tendrá». Supongo que José Antonio Peral ha sido como cualquier ser humano, tenía sus luces y sus sombras y por eso no quiero hacer de este artículo el clásico canto a las bondades de la persona que nos abandona para siempre. Con respecto a nuestra larguísima y frecuentísima relación todo lo que puedo decir es bueno; estuvo a mi lado a las duras y a las maduras, y en mi tantas veces citada (y desaparecida por fortuna) enfermedad, siempre estuvo vigilante y ofreciéndome su apoyo moral y hasta material. Siempre recordaré sus inesperadas llamadas cuando le salía bien algún negocio o se encontraba eufórico: «Prepárate que hoy hay cigalas». El teatro fue el origen de todo desde el momento que le propuse presidir la Asociación Independiente de Teatro que creamos un grupo de amigos, exactamente e finales del año 1974. Era la persona adecuada para tan ilusionante proyecto; un joven abogado muy conocido en la ciudad, capaz de arrastrar a mucha gente para el proyecto, como así sucedió, y ganador de un Premio Arniches de Teatro. El arte teatral dio paso a la relación personal que duró más de cuarenta años. Sin buscar culpables, lamentaré siempre haber estado alejado de él precisamente durante los dos últimos años de su vida, circunstancia que agranda el vacío que me ha producido su muerte. Pero ha muerto acompañado de sus seres más queridos, su mujer Mariló, y sus cuatro hijos Toño, Daniel, Tato e Iván, verdaderos diablillos en su infancia y que para mí eran (y son) como cuatro sobrinos simpáticos y divertidos. Y como no queda otra que seguir viviendo, junto al eterno recuerdo para una de las personas más importantes de mi vida, solo me queda repetirme a mí mismo la frase con la que nos despedíamos siempre: «Carpe Diem».

La Perla. «Me interné en los bosques porque quería vivir intensamente, quería sacarle el jugo a la vida. Desterrar todo lo que no fuese vida, para así, no descubrir en el instante de mi muerte que no había vivido» (H.D. Thoreu, escritor, poeta y filósofo estadounidense del siglo XIX).

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