Cuenta el periodista Miguel Ángel Aguilar que a Juan Barranco, sucesor del profesor Enrique Tierno en la Alcaldía de Madrid dieron en llamarle «Juanito Precipicio» porque la derecha siempre ha pensado que le corresponde por derecho natural el gobierno de las instituciones y que el acceso de cualquier otra fuerza política, por muy avalado que venga por las urnas, es siempre una anomalía a corregir. El pasado miércoles, día 22, el vocablo precipicio recuperó sonoridad en boca del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, quien, después de haber sido recibido en audiencia por Su Majestad el Rey en el Palacio de la Zarzuela, hablando a los periodistas les dijo: «Puesto que con este señor Mas no hay arreglo posible, vamos derechos al precipicio».

El periódico El País confirma que el Rey trasladó a Revilla su profunda preocupación porque considera la actitud de Mas irreconducible. Todo sucedía tras el encuentro en el que el monarca intentaba mantener la apariencia de normalidad democrática y constitucional, a pesar de haberle ya mostrado su sonrisa sarcástica en la pitada al himno nacional durante la final de la Copa del Rey en el Camp Nou (cuidado con las pasiones futbolísticas que a veces son peores que las políticas).

Ninguna sorpresa, ni revelación de secretos, cuando se nos dice que el Jefe del Estado asume la gravedad del desafío lanzado por el presidente de la Generalitat de Cataluña, con su pretensión de declarar la independencia de forma unilateral y al margen de la ley, tal y como hizo Lluís Companys en 1934, suceso que llevó al Gobierno de la Segunda República al encarcelamiento del president, luego indultado (no deseamos que la historia se repita), si en las urnas autonómicas proyectadas para el 27 de septiembre la candidatura partidaria del Sí a Cataluña pero del No a España obtuviera la mayoría aunque fuese por un solo escaño. Brava actitud cuando para la reforma del Estatut de Autonomía se requiere al menos una mayoría de dos tercios.

De los canadienses, en la cuestión del Quebec, aprendimos que cuestión tan grave y divisoria requeriría una pregunta clara, una mayoría rotunda y la apertura de una negociación detallada. Aquí, los de la lista única, prefieren cultivar las emociones, enmascarar las consecuencias, ahorrarse las explicaciones, encanallar la situación y travestirse por anticipado de víctimas pese a comportarse como agresores que siembran la discordia civil.

En cuanto al presidente Rajoy y la «cofradía marianista del santo reproche» que cantaría Sabina, encabezada por Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta para todo del Gobierno, su mantra es que «este Gobierno está para cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes».

Una afirmación que consideramos de perogrullo porque es inimaginable que pudiera decirse lo contrario como si este Gobierno pudiera estar para transgredir y hacer transgredir la Constitución y las leyes. Tanto el PP como el PSOE han manifestado que no tolerarán el «desafío a la legalidad», y rechazan el pretendido carácter plebiscitario de los anunciados comicios de septiembre en Cataluña, pues esa figura no existe en la ley. Pero el PSOE ni siquiera así merecerá el respeto de sus adversarios del PP, que volverán a descalificar a Pedro Sánchez, a quien no dejar ni utilizar la bandera constitucional porque debe ser propiedad de la derecha española y porque quieren estar solos en la plaza mientras nos asoman a todos al precipicio. Veremos.