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Marc Llorente

Un bajo muy alto

Marcus Miller Afrodeezia Tour

Auditorio de la Diputación de Alicante

XVIII Festival Internacional de Jazz (Fijazz)

Otra de las grandes figuras contemporáneas de esta clase de música levantó al público de sus asientos. El sábado, última velada del Festival Internacional de Jazz de Alicante, el Auditorio de la Diputación cedió el espacio al bajista eléctrico Marcus Miller para mayor gloria del neoyorquino. Uno de los mejores de la historia, cuyo talento le empuja a componer bandas sonoras, y portavoz del proyecto Ruta del Esclavo, un mensaje de solidaridad difundido a través de las notas musicales. Precisamente, en la gira de Miller se ofrece su último disco, Afrodeezia, con el que rinde tributo a sus ancestros africanos y pretende llegar a los jóvenes. La tragedia de la esclavitud sigue en pie y va más allá de la trata de personas. Sea como fuere, los sonidos étnicos multiculturales y la fusión musical nutren el repertorio. Marcus Miller habla, interpreta y comunica. Y la música une y promueve la relación universal. Al instrumentista le acompañan seis colegas que también brillan con luz propia y en conjunto durante este concierto de varios quilates. El jazz rock, el rhythm & blues o el funk pueblan esa lluvia de sonoridades que empapa a los espectadores. Participan activamente y siempre piden más agua musical. Desfilan, entre otras piezas, Papa was a Rolling Stone, Goree o Tutu, recordando al trompetista Miles Davis, su ídolo y con el que colaboró en los años 80. El bajo de Marcus Miller no se sitúa como telón de fondo. Él respira el ritmo y el instrumento tiene una sobresaliente labor al latir fuerte con su gravedad sonora. Demuestra todo el potencial que alberga en el alma y en sus dedos, y le hace cantar vigorosamente o con un grito de esperanza. Incluso toca el clarinete bajo y el gimbri, precursor magrebí de la especialidad de Miller. Más que darle a las texturas complejas, destaca la melodía que percibe la afición. Tocan B's river o el alegre sonido samba de We were there. Las explosiones intensas juegan, no obstante, y estimulan el delirio de los aficionados, según el parte médico habitual. Los componentes del grupo se ceden el balón y exhiben sus virtuosas armas. Marcus Miller circula finalmente hacia el infinito e hizo comulgar a la festiva parroquia.

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