El sentimiento de culpa supone uno de los campos de estudio importantes para psicoanálisis. Desde este enfoque, las personas empleamos autorreproches porque experimentamos sentimientos, muchas veces inconscientes de naturaleza agresiva o sexual hacia los demás. También se generan en nuestro interior combinaciones de amor y de odio hacia personas cercanas en algunos momentos de nuestra vida que desaprueba nuestro superyó, es decir, esa voz interior que nos recuerda lo que es correcto y lo que no. Según los seguidores de Freud, esta experiencia emocional llega a su cenit en la neurosis obsesiva, en la cual, el sujeto siente la necesidad de recibir un castigo por su supuesta culpabilidad.

Desde un enfoque práctico, podemos afirmar que experimentar culpa resulta útil en situaciones normales, cuando efectivamente hemos ofendido o dañado a alguien y, gracias a nuestra empatía podemos ponernos en el lugar del otro, ser conscientes de que nuestro comportamiento no ha sido el más adecuado, y enmendarlo.

Pero existen muchas ocasiones, en que este sentimiento no se gestiona adecuadamente. Podemos sentirnos sobrepasados por él. Podemos creer que el daño que hicimos no tiene solución, o no encontrar el modo de resolverlo. Es entonces cuando nos bloqueamos y provocamos el efecto contrario, es decir, generar más daño. Esta sensación es frecuente en los padres, cuando su hijo se encuentra con problemas; y conforma un bloqueo que habitualmente se trata en las consultas de psicología.

Imaginemos el caso de un adolescente -Javier-, que ha comenzado a consumir marihuana y cuyos padres, al detectarlo, deciden acudir a tratamiento. Sin embargo, los progenitores sienten que su estilo educativo tuvo deficiencias que acabaron siendo la causa del hábito insano de su hijo. A causa de ello, se centran en su propia culpabilidad, en sus propios supuestos errores, y en el dolor que experimentan por ello. Javier, por su parte, se siente también culpable del sufrimiento que observa en sus padres, se olvida así de su propio problema y esto, obviamente, enlentece el proceso de mejora.

Aunque resulte enormemente difícil, lo más recomendable para los padres en estos casos es aprender a perdonarse. Sólo de ese modo podrán desplazar el foco de atención de sí mismos a su hijo, y mirarle sin prejuicios, sin dolor. De este modo, podrán descubrir que quien se encuentra ante ellos es un joven que sufre, que está confundido, que necesita atención.

Tampoco es funcional que el psicólogo enjuicie o culpabilice a nadie, ni compete al profesional esta tarea. Se trata, más bien, de conocer y tratar la realidad subjetiva de las personas con las que trabaja.