Hace ya tiempo que no concurrían en una misma semana ataques tan directos contra una de las líneas de flotación de todo sistema democrático como es la libertad de expresión. Desde el Ayuntamiento de Madrid y su página de desmentidos que va acumulando despropósito tras despropósito hasta las manifestaciones del alcalde de Torrevieja, que amenazó con llevar a los periodistas a los tribunales para conocer de qué modo habían obtenido la información sobre la tramitación de la nueva contrata de basuras en su afán de buscar al topo filtrador que revela lo que nunca hubiese querido que se supiera. Es todo tan anacrónico, creíamos que estaba todo tan superado, que la cara de sorpresa e incredulidad todavía nos cuesta quitárnosla de encima. Por una parte, porque dedicar esfuerzos y recursos a tratar de desmentir a los medios de comunicación madrileños, sencillamente porque no se esté de acuerdo con sus planteamientos, se acerca a los regímenes totalitarios, que desprecian y combaten la libertad de prensa. Por la otra, pretender, como pretendía el alcalde de Torrevieja, que los periodistas puedan verse atemorizados en procedimientos judiciales para revelar sus fuentes informativas es desconocer que existe un derecho fundamental como es el secreto profesional, constitucionalmente protegido, al que se pueden acoger los informadores para no tener que desvelar el origen de sus noticias. Menos mal que ante tanto dislate y ante semejantes ataques, reinó la cordura y el president de la Generalitat, en su intervención en el Club INFORMACIÓN defendió con contundencia el papel de los medios de comunicación con una sentencia tan rotunda como expresiva: «No hay democracia sin periodistas, no hay democracia sin medios de comunicación fuertes».
