En los orígenes de las ciudades de la Grecia clásica y en su civilización se encuentra el pensamiento crítico actual del mundo, y aunque existan diferencias, nuestros valores, creencias y aspiraciones son también los suyos.

Nadie esperaba que esos valores fuesen expulsados del espíritu europeo que hoy representa la Unión Europea por una cuestión de dignidad democrática, como lo fue consultar a sus gentes si estaban dispuestos, no a ser atenienses o espartanos, sino a creer en la posibilidad de que un nuevo y joven gobernante llamado Alexis Tsipras les conduciría con su sabiduría a un nuevo siglo de prosperidad como el que les supuso con Pericles en el V a. C. No podían claudicar ante un sistema monetario acreedor que les asfixia económica y financieramente. Y ese fue el sentido de su voto. Votaron en consecuencia y su alegría desconcertó a Europa, incrédula y orgullosa por recibir toda una lección de democracia popular. Como descendientes de filósofos, poetas, legisladores y políticos, los griegos no querían ser humillados ante las fuerzas de un capitalismo globalizado.

Tsipras también convocó un referéndum para estar seguro de que su pueblo le seguiría apoyando en cualquier circunstancia, pues tenía el convencimiento de que tendría que aceptar las condiciones que le impusieran sus socios y aliados europeos si solicitaba el rescate. Como así ha sido. Despidió al «duro» Varoufakis y ha impuesto la realidad sobre la demagogia. Y la realidad es que el pueblo griego no tiene ya a un Solón o a un Pericles que les gobierne con grandes reformas, ni a Platón para que les idealice un nuevo comunismo, ni tampoco a un Heródoto que les transmita con profundidad lo que pasa en un mundo que tiene mucho que ver con la interdependencia que se da entre los Estados, sus pueblos y sus instituciones. Fundamentalmente, políticas y económicas. No se puede estar aislado, no se puede desear la autarquía que pregonan algunos estúpidos nacionalistas demagogos como la que existía en la España de los años cuarenta del pasado siglo, de tan infausto recuerdo para muchos españoles. Y para evitar eso, qué mejor que luchar por mantenerse en una Europa unida política y económicamente.

Desde que en 1971 se instauró un sistema monetario basado en un patrón fiduciario con tipos de cambio flexibles, dando por terminado así el modelo de la paridad dólar-oro de Bretton Woods, las relaciones comerciales internacionales se constituyen sobre la confianza entre las naciones y sus monedas. Confianza en que las deudas y los préstamos se pagarán a su vencimiento, confianza en que se aplicarán políticas monetarias que no perjudiquen a la libre competencia, confianza en las instituciones y en la palabra dada por sus gobernantes, confianza, en fin, en que el desarrollo del espíritu comercial del que hablaba Kant ayudará a la paz y la libertad a los pueblos. En definitiva, para que podamos intercambiar bienes y servicios con el exterior ya no necesitamos tener cámaras repletas de lingotes de oro y dólares, basta con la confianza para que el sistema autorice comprar, vender y prestar con una sencilla anotación contable en las cuentas de los bancos centrales. A los que nos consideramos europeístas nos entristece ver cómo las desgracias asolan al pueblo griego, su falta de guía para resolver sus depresiones económicas, la desorientación que sufren por culpa de unos irresponsables gobernantes, en el menor de los casos, corruptos y aprovechados. Pero ahora debemos ayudarles reestructurando su abultada deuda y animarles a seguir adelante ejecutando las reformas que el estado de interdependencia económica en el que nos movemos todos les demanda. Tsipras ha aprendido a especular racionalmente y debe ser apoyado para que pueda acometer los cambios legislativos que tiene la urgente obligación de realizar. Una vez puestas en marcha las reformas que flexibilicen su mercado de trabajo y que acaben con el descontrol del gasto público, una vez que destierre la corrupción generalizada y vuelvan las virtudes éticas que les honraron en su tiempo, por dignidad y amor a su patria lo mejor que puede hacer es dimitir. En ese momento el pueblo griego habrá recobrado la confianza de los demás y la suya propia.