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Ánxel Vence

Lo de Syriza trae cola

Apenas unos meses después de tomar posesión, el Gobierno de Syriza ha conseguido que los griegos formen espontáneas colas a la puerta del banco por miedo a que su dinero se evapore. No es pequeño logro, si se tiene en cuenta que a otros regímenes del socialismo científico les llevó años la tarea de hacer de sus países una inmensa cola. Ya que no más eficiente, el régimen abanderado por Alexis Tsipras ha demostrado ser más ágil a la hora de poner a la gente en fila.

La cola es el primer síntoma de que un país se acerca a la dictadura. Los más ancianos del lugar recordarán, sin duda, las largas hileras de gente hambreada que se formaban en la España de la posguerra para adquirir los escasos productos racionados por el régimen de Franco. Son las mismas que se organizaban en la Unión Soviética o en cualquiera de los países de su órbita, que acaso se derrumbasen de puro aburrimiento por las largas horas de permanencia en la cola.

La novedad que Grecia aporta a esta costumbre tan decididamente leninista es la de la cola ante el cajero automático. Supone un toque de modernidad propia de estos nuevos tiempos cibernéticos y, a la vez, una mejora en las relaciones de la clientela con la banca. Aunque el dinero se vaya agotando, no es fácil discutir con un expendedor de billetes. Se evitan así las desagradables broncas con los empleados de las entidades financieras, que ninguna culpa tienen de estas desdichas. A lo sumo, los ciudadanos agobiados por la amenaza de un corralito „o un cepo bancario que atrape sus ahorros„ podrán dirigir su cólera contra las máquinas, artilugios de frío metal que ni sufren ni padecen.

Lo peor es que estas primeras colas ante el cajero bien pudieran ser el preludio de otras más aflictivas. De no ocurrir un milagro de última hora, Grecia parece abocada a una bancarrota que dejará en un juego de niños los recortes „ciertamente muy dolorosos„ que sus gobernantes se negaban a aceptar. La lógica ya experimentada por anteriores víctimas del socialismo científico sugiere que las colas para adquirir cualquier producto se van a multiplicar en la nueva Grecia que, al menos, recuperará su soberanía.

Liberados ya del yugo de sus acreedores, los griegos podrán decidir por fin su futuro en referéndum y organizar la economía nacional del modo que mejor les plazca. No es seguro que su casi inexistente industria les permita grandes alegrías presupuestarias y también se ignora cómo podrá financiarse el país en los mercados internacionales de los que va a quedar excluido; pero a cambio podrá ejercer el orgullo de valerse por sí mismo.

Siempre habrá quien diga que del orgullo no se come, claro está. Y tampoco es fácil calcular cuánto tiempo aguantarán los griegos a la cola antes de dirigir la mirada hacia el gobierno que los ha llevado a esta situación límite. De momento, lo de Grecia ya ha empezado a traer cola: y no solo ante los cajeros automáticos. Falta saber si los coletazos del naufragio afectarán o no a otros países donde los vendedores de fórmulas milagrosas similares a la de Syriza tienen últimamente un gran éxito de público. Igual hay quien no quiere ponerse a la fila.

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