El «spoiler» es la revelación de una parte importante de la trama de una novela, un cómic, una película, una serie de televisión antes de que el lector o espectador haya llegado al momento en que el relato lo descubre. El que cuenta un «spoiler» más que descubrir «echa a perder», «estropea», «arruina». Hay personas que disfrutan poco del relato, del camino, del mecanismo de la intriga porque quieren llegar pronto al final, a la meta, a la solución. Esas mismas personas no suelen ser partidarias de los finales abiertos. Este artículo contiene un spoiler y lo correcto es advertirlo a los que se quedan muy chafados cuando se les cuenta un desenlace. Ahí va. La vida acaba en la muerte. Eso, que sabemos por los demás, nos sucederá también a nosotros. Como no suele gustar oírlo así, las religiones han triunfado durante siglos proponiendo al final cerrado de la muerte un final abierto y la promesa de una segunda temporada mejor.
El recordatorio de la muerte como final de la vida se hace necesario porque ahora todos los mensajes trabajan en alargar la idea de la vida hasta que resulte tan remoto el hecho de morirse que casi llegue a olvidarse que es ineludible. Hubo siglos en que los mensajes oficiales eran los contrarios. «Memento mori» (recuerda que morirás) es una idea procedente de la Italia prerromana que se hizo famosa en la Roma clásica con lo que es la representación perfecta del rompepelotas y del aguafiestas. «Memento mori» era lo que repetía un siervo, encargado de tal tarea, a los generales romanos que desfilaban victoriosos por la ciudad para que no se ensoberbecieran. El cristianismo lo puso de moda en la variante del Eclesiastés «Vanitas vanitatis». Ahora, en la religión del mercado y la homilía de la comunicación, morimos de estrés por seguir vivos, contemplando cada alimento, medicamento, compra y acción por lo que tiene de sano y contiene de suplemento de vida.
