La falta de humildad ha sido uno de los grandes males que ha rodeado a la sociedad y a los individuos que la conforman. Porque creerse superior a los demás ha sido uno de los defectos más extendidos en muchas personas cuando detentan alguna parcela de poder, por mínima que esta sea. Y decimos creerse, porque de serlo uno a creérselo media un abismo. Tan grande que cabe un océano entero, habida cuenta que en muchos de los casos no se ocupan por los mejores en cada área de la sociedad los puestos de responsabilidad donde se toman las altas decisiones de un país en cada momento.

En España hay muchísimas personas altamente cualificadas, y aunque es cierto y verdad que en muchos casos las labores de dirección están ocupadas por profesionales relevantes, sobre todo en las más altas instancias profesionales del país, como pueden ser el Tribunal Constitucional, Consejo de Estado, CGPJ o Tribunal Supremo, hay muchas otras parcelas de poder, o hasta de asesoramiento a quien lo detenta, donde se han primado otros factores distintos al de la alta cualificación profesional, lo que a la larga ha redundado en un deterioro en el nivel de rendimiento de cada área y en la consecución de los objetivos urgentes que hemos tenido, sobre todo desde el año 2007, cuando hemos estado necesitados de líderes que en momentos de crisis económica ofrecieran soluciones prácticas e inmediatas, y que nos ha llevado a un largo y tortuoso camino de esperas y de cierre de empresas y pérdidas de puestos de trabajo.

Esta situación de la adscripción de personas no altamente cualificadas en puestos de relevancia mayor o menor, según el caso, lleva, además, una cuestión adicional importante, como es que las personas que ejercen esta responsabilidad, pero que no tienen la cualificación que se debería exigir acaban por creerse que sí que la tienen, y o bien toman decisiones imprudentes o no ajustadas a lo que se estima necesario en cada momento, o bien ni las toman y se decantan por omitir adoptar cualquier medida en momentos o situaciones en las que es preciso que estas se acometan con urgencia.

Con ello, resulta anecdótico en ocasiones comprobar el cambio que experimentan algunas personas que son designadas para determinados puestos de mayor o menor responsabilidad y que se acaban creyendo que poseen una cualificación adecuada para el encargo concedido cuando otros han sido los factores que decantaron la balanza en un lado concreto. Cambian, hasta incluso, de forma de ser, de vestir, del grupo de personas con las que se rodean, son capaces de olvidar hasta a su grupo de amigos de toda la vida, y se acaban relacionando solo con aquellas personas que ellos piensan que están en su mismo nivel de posición social.

Ello nos lleva a darnos cuenta la diferencia existente entre aquellas personas que son buenos profesionales, ocupan puestos de más alta responsabilidad o no, y que actúan de forma humilde en su quehacer diario, de estos otros que no lo son, pero que al final se acaban creyendo que lo son. En un principio eran conscientes de que la responsabilidad les podía venir grande, pero que pasado el tiempo, una vez investidos del manto del poder se olvidan de esas limitaciones propias que cada uno sabe que tiene, y se acaban creyendo que están en una situación de superioridad intelectual sobre los demás, concienciándose, incluso, que están por encima de todo y de todos. Es este, pues, otro de los males que ha rodeado a la sociedad en general. Y conste que no solo a la nuestra, sino a todas las sociedades, y que ha introducido una especie de barrera en el funcionamiento de muchos sectores, porque si es negativo poner a personas sin preparación en puestos de responsabilidad o asesoramiento, todavía es peor que estos se acaben creyendo que tienen esa preparación, y que, encima, adopten decisiones en algunos temas, o hagan oídos sordos a algunas observaciones de profesionales cualificados que se las comunican para resolver problemas graves.

Si se reflexiona detenidamente sobre esta cuestión que estamos exponiendo se comprobará que gran parte de la culpa del parón o falta de aceleración en la respuesta a los problemas sociales radica, precisamente, en este tema, habida cuenta que quienes tienen que tomar decisiones no toman las adecuadas, y a los que conocen cuáles son las correctas no se les tiene en cuenta por quienes deben hacerlo por un extraño recelo a reconocer las buenas ideas cuando no es uno mismo el que las propone. Y cuando en lugar de sumar con quien sabes que es bueno acabas por despreciarlo te acabas creyendo que el bueno eres tú, precisamente por actuar así. Y al final nos encontramos donde nos encontramos.