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Juan José Millas

Talento cero

Sé de gente que odia a los argentinos. Digo a los argentinos, pero podría decir a los belgas, lo mismo da. La cuestión es que hay personas que odian a otras de las que ni siquiera son vecinos. Para odiar, habría exigir al menos este requisito elemental: el de que la persona odiada viva en el piso de enfrente. Pero no, ya digo, hay individuos que se llevan mal con seres humanos que viven a siete mil quilómetros. Se trata de un odio a distancia, un odio raro y cuyas razones son, en el mejor de los casos, misteriosas.

-¿Pero a ti por qué te caen mal los argentinos? -pregunto a uno de estos odiadores.

-Por el deje -dice.

-Qué deje -digo yo.

-El tonillo ese de superioridad.

-Pero no es de superioridad -trato de explicarle-. Lo que ocurre es que tú desconfías de todos los acentos que no sean el tuyo.

-Será eso -dice, y sigue a lo suyo, que consiste buscar nuevos objetos de odio. Los musulmanes, los católicos, los del Real Madrid?, da igual, la cuestión es que el grifo no se cierre.

Dylan Roof, el chaval que hace poco se cargó a nueve negros reunidos en una iglesia de Carolina del Sur, dice que odia a los negros y a los latinos. ¿Por qué a los negros y a los latinos? Porque le caen a mano. Para odiar a los argentinos, viviendo en España, hay que estar en posesión de determinadas capacidades intelectuales. En cambio, para odiar a los negros y a los latinos residiendo en EE UU no necesitas ningún tipo de intermediación simbólica ni de elaboración mental. Están ahí, por todas partes, te cruzas todo el rato con ellos. Puedes odiarlos desde la mañana hasta la noche, con un descanso para comer, tanto colectiva como individualmente. Desayunas, te asomas a la ventana y ahí tienes un negro de mediana edad que espera el autobús para dirigirse al trabajo. La vida te acaba de regalar cinco o diez minutos de odio fácil, sin necesidad de salir de casa ni de recurrir a grandes abstracciones. ¿Se necesita algún talento para disparar una pistola? El mismo que para disparar el odio: cero.

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