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Francisco Esquivel

Su majestad

Esperanza Aguirre ha corrido a decir que renuncia a presidir el pepé madrileño, por lo que ya falta menos para que, en cuanto llegue la oportunidad, vuelva a postularse en pos de lo mismo o de lo que se ponga a tiro. Esta mujer no descansa. Para la lectora empedernida de Sara Mago, la necesidad de estar en el candelabro es superior a sus fuerzas. En cuanto ha visto que lo de Carmena no exige que se meta con ella porque para desgastarla ya tiene a quienes la rodean, ha ido a por Mariano que es su deporte favorito. Cualquier otra dimisión significativa podría entenderse como un empujón de Génova a fin de allanar al presi el camino de los retoques pero, tratándose de quien se trata, sólo puede ser una vuelta de tuerca para trasladar a la opinión pública que asume responsabilidades tras los desatinos y el desenfoque cometidos, sin que sea necesario añadir que el que más ha desbarrado es el que mayor responsabilidad congrega. Con el dedo metido en el ojo, pues, pasó la jornada Rajoy perseguido por las cámaras a ver si al hombre se le escapaba algo. Los propios miembros del Gobierno y los del partido anduvieron los pobres pendientes de un mínimo gesto que aportase pistas sobre el jeroglífico. La oposición también colaboró en el Congreso a tirarle de la lengua y, cuanto más cercado se siente en este aspecto, más disfruta sacando el capote cargado de ironía. Es chocante que con la de desafíos de toda índole que hay planteados, se crea más importante por estas chuminadas. Él dirá que no, pero se le nota mucho. Para la recepción en Zarzuela al patronato de una fundación se hizo acompañar de varios miembros del gabinete con tal de dificultar al máximo el acertijo. Y aunque en principio se filtró que no informó de sus propósitos, dispensó al rey un breve diálogo con su majestad. Todo apunta a que al menos el monarca conservará el puesto.

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