Debido a su complejo objeto de estudio, la psicología resulta una de las ciencias más fascinantes. Nos quedan muchos misterios por resolver antes de desentrañar los misterios del cerebro humano y, por ello, las actuales conclusiones permanezcan aún en fase de debate. Eso sí, un debate fascinante.

En 1952, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría llevó a cabo el primer intento de establecer los criterios consensuados que permitieran diagnosticar trastornos psiquiátricos de forma internacionalmente consensuada. Así se publicó el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). Desde entonces, hasta la Quinta edición, recientemente presentada, lo que se consideraba trastorno ha variado notablemente; y ciertas alteraciones mentales han dejado de considerarse como tales, mientras que otras se han etiquetado por primera vez, de forma paralela a los cambios en la mentalidad de la sociedad.

Pero curiosamente, y alimentando el debate al que nos referíamos más arriba, uno de los creadores de la Cuarta versión del DSM, Allen Frances, afirma que diagnosticar un trastorno mental causa serios problemas a la persona «etiquetada». Que las empresas farmacéuticas presionan para introducir nuevas entidades patológicas que justifiquen el consumo de medicamentos, y que hemos creado un sistema diagnóstico que convierte problemas cotidianos y normales de la vida en trastornos mentales.

Según sus propias palabras, los fármacos son necesarios y muy útiles en trastornos mentales severos, pero no ayudan en los problemas del día a día. De hecho, el exceso de medicación causa más daños que beneficios. Además, el número de trastornos diagnosticados es muy superior al que realmente existe. Por ejemplo, la incidencia real del Trastorno por Déficit de Atención (TDA) está en torno al 2%-3% de la población infantil y sin embargo, en EE.UU. están diagnosticados como tal el 11% de los niños y en el caso de los adolescentes varones, el 20%. De ellos, la mitad son tratados con fármacos.

La controversia aumentó cuando el famoso psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg, considerado creador del TDA confesó, poco antes de fallecer en 2009, que dicho trastorno no existe. En realidad, lo inventó para favorecer la venta de fármacos. A tal fin publicó que el TDA tiene causas genéticas, reduciendo el sentimiento de culpa de los padres y logrando así que aceptaran más fácilmente el tratamiento con medicamentos.

Por último, citamos a Timothy Leary psicólogo director de Investigación Psicológica en el Kaiser Foundation Hospital de Oakland, California, quien fue considerado un hombre peligroso en la Norteamérica de 1960, cuando exaltó el empleo de compuestos químicos como el LSD para expandir la conciencia y la inteligencia, generando gran interés en ciertos sectores de la comunidad médica.