En estos días de novedades municipales, muchos electos presentes y pasados aluden al honor del cargo desempeñado o que se va a desempeñar. Es una palabra frecuentemente usada, todavía hoy, de manera hueca y altisonante. Entre sus muchos significados contrapuestos, el diccionario de uso del español de María Moliner se refiere al honor como un conjunto de «cualidades o virtudes caballerescas? o al comportamiento de una persona de clase elevada» y también a la persona que «por su conducta es merecedora de la condición y el respeto de la gente». No es el caso de algunas y algunos de los que se consideran honrados por la Alcaldía cuando no han desarrollado una conducta digna, haya sido o no delictiva. Quienes han monopolizado el poder, quienes se han apropiado de la información, quienes han impedido el ejercicio de la democracia al vecindario y a sus representantes en la oposición o en el gobierno, no pueden, por ellos mismo, sentirse «honrados» por el solo hecho de haber desempeñado un cargo de representación.

Las negociaciones para adjudicar la Alcaldía han ido ligadas, en el caso de Alicante y parece que en muchos otros, al afán de una partido, el PSOE, por recuperar el antiguo poder de mayorías absolutas, con las que sueñan desde la nostalgia. Olvidan hasta la noción de las matemáticas y, a pesar del castigo electoral que les ha hecho perder un gran número de votos y de concejales, continúan acariciando el sueño mayoritario mecidos en su cuna por la eterna mano de quien ha alimentado tropelías y manipulaciones de toda clase, Ángel Franco también en el caso de Alicante. Su vocación de control, apoyada por otros rasputines locales, ha conseguido seducir a los más ingenuos. Llevados por el decidido deseo de cambiar las cosas para mejorarlas, de alcanzar niveles más altos de justicia, de participación, de dignidad, han caído en las garras de las urgencias. Una trampa antigua que, sumada al uso de un complejo lenguaje administrativo y a otras excusas hábilmente manejadas, han intentado ir ganando mayorías en cada ocasión necesaria. Ejemplos del pasado son la aprobación de los presupuestos, los planes urbanísticos, la adjudicación de las contratas más sustanciosas de la ciudad... Todos los asuntos que, con mayorías absolutas, no necesitan ni votos ni debates. Mayorías ha habido conseguidas en las urnas, como la recientemente disfrutada, largamente, por el Partido Popular. También las ha habido construidas con la estimulación del transfuguismo y las prebendas más simplonas. Con las dos pueden alcanzarse sabrosos resultados para los intereses particulares. Las fortunas más abultadas han prosperado a su sombra. A la vez han ido disminuyendo las buenas condiciones de vida de gran parte del vecindario.

Las negociaciones para la investidura de alcaldes han estado manejadas, en gran medida, por la clásica práctica de la política. Aceptar programas, ofrecer gobiernos y oportunidades de conseguir cumplir las promesas electorales. En ese contexto, la asamblea de Guanyar aprobó conceder el «honor» de la Alcaldía al PSOE, y entrar a la vez, a toda prisa, en las tareas de gobierno, con un reparto de responsabilidades muy goloso. Tanto como la Alcaldía que le ofrecieron a quien esto escribe a comienzos de los 90. Un reto tentador que fue pausadamente discutido, sabiamente rechazado, colectivamente. Ahora, en 2015, cuesta entender tanta prisa por definir un gobierno, sin tener ni siquiera nueva corporación, que nace en parte hipotecado por los grandes controladores económicos de la actividad municipal, los empresarios que «señorean» el transporte, la limpieza, el territorio... Eran necesarias más cautelas, menos urgencias, menos acatamiento de calendarios impuestos por personajes tan poco recomendables. Los asistentes a la asamblea no alcanzaron a entender la diferencia entre el apoyo a la investidura, ineludible en el día 13 de junio, y la definición y conformación de un gobierno para el que era imprescindible el sosiego y las garantías más solventes. Bastaron las golosinas que engañan el paladar para que, apresuradamente, se aceptara en el mismo paquete la investidura y el reparto de las tareas de gobierno. Hablo de golosinas porque es muy tentadora la tarea de gobernar para poder cumplir las promesas que tanto necesita la ciudad, ojalá se consiga.

Faltó en la asamblea el sosiego para distinguir las voces de los ecos. Llegaban los ecos interesados de quienes empujaban para quedarse con responsabilidades como la Hacienda, y el Transporte, soltando para Guanyar alguna pieza interesante como el urbanismo (lo que llamo territorio) y la vivienda. No se oyeron las voces de la historia inmediata y de la más remota. Volverá esta fórmula colectiva de construcción política que ha sido tan trabajosa y pacientemente elaborada, tendrá que dar sus frutos ahora. No se definieron los perfiles de cada una de las responsabilidades... La asamblea tendrá que continuar sus tareas de control, de seguimiento de los gobernantes, de objetivos y plazos. El vecindario, votantes o no, tendrán que reconocerse en quienes, desde el gobierno y desde la asamblea, tendrán que trabajar, desde el mismo día 14 de junio, para materializar las promesas y colmar las esperanzas.

El escenario, después del 13 no es tranquilizador. El apoyo ¿espontáneo, imprevisto? de Ciudadanos a la investidura no puede ser gratuito. Estaba programado. Se sabrá cuántos y quiénes se han implicado en esta ficción, una de las que preveía en mi artículo anterior. Se sabrá en cuanto los bienintencionados gobernantes de Guanyar quieran materializar las más atrevidas propuestas para la ciudad. Esas que quizás los C's entienden como «radicalidades» contra las que ofrecen su apoyo al PSOE demediado. ¿Será un radicalismo señalar a quienes hayan estado implicados en cualquiera de las tramas de corrupción?, ¿será un radicalismo pedir la urgente auditoría de las cuentas y la depuración de las responsabilidades de la deuda sin empresas auditoras interpuestas?, ¿será radicalismo pedir el control y la penalización estricta de las grandes contratas de transporte, recogida de basuras, limpieza que ha resultado imposible durante más de treinta años?, ¿será radicalismo pedir que los plenos y las comisiones informativas puedan ser fácilmente accesibles al vecindario, por su horario, por su lenguaje, por la disponibilidad de la documentación?, ¿será radicalismo pedir que las urgencias se sometan al debate y al derecho?

Ha llegado la hora del trabajo, hay que pasar a los hechos, esos que tan tozudamente señalan la grandeza o la miseria moral de las personas, de los representantes. También en esta hora va, con mi amor, mi apoyo para el trabajo que se avecina, ya está aquí.