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Marc Llorente

Elogiable estreno

Pedro y el capitán

Teatre Arniches de Alicante.

De Mario Benedetti.

Compañía: Teada.

Dirección: Victoria Guillén.

El intenso drama teatral del destacado poeta y escritor uruguayo Mario Benedetti, uno de los más relevantes de las letras hispanoamericanas, se materializa en el escenario con la vigorosa labor de los dos únicos actores de la obra. Es decir, la víctima y el verdugo en el marco de cualquier dictadura militar. No sólo eso. La defensa de los derechos y la dignidad enaltecen los valores humanos a día de hoy, en el ámbito de unas realidades que los deterioran notablemente. El torturado representa a los sufridores habituales y a quienes alientan la indignación, y el torturador es la fuerza de toda clase de abusos de poder. La ética, la represión, la angustia y la esperanza, con el sello y la solidez literaria de Benedetti, quedan palpables en Pedro y el capitán (1979), cuyas escenas las asumen Ángel Romero y Sergio Sempere, miembros de Teada, grupo que se vincula al Título de Experto en Arte Dramático Aplicado, bajo el apoyo de la Universidad de Alicante. Así, el antagonismo entre ambos personajes se manifiesta en el duelo dialéctico. Un combate con asaltos en el cuadrilátero de la sala de interrogatorios. El público no ve las palizas, sino la lucha del capitán para que el capturado aporte datos y nombres relacionados con una organización clandestina. La exploración psicológica nos ofrece un testimonio de la crueldad y de la lealtad de Pedro a sus amigos. Las torturas crecen. El capitán intenta negociar y ya sólo le solicita un nombre, sobre todo para justificar su oficio y no dar la impresión de ser simplemente un sádico. La dirección de Victoria Guillén es meticulosa al recrear la contundencia del texto de Benedetti y el carácter de cada papel mediante la detallada y expresiva tarea de Ángel Romero (el capitán) y Sergio Sempere (Pedro). El diseño de luces de Julio Pillet contribuye a fabricar las significativas atmósferas en la interesante producción de John D. Sanderson, donde también consta que el torturador puede ser víctima de sí mismo o del régimen militar. Más adelante le habla de usted y el torturado le tutea. Casi un intercambio de papeles y una conclusión en la que se vence muriendo y se fracasa viviendo. Como guinda, gran aplauso.

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