Andan los líderes de los partidos haciendo encaje de bolillos para conformar mayorías de gobierno en ayuntamientos y autonomías después del gran leñazo que se han dado los populares. ¡Qué hostia! -le decía Barberá al ya exdelegado del Gobierno Serafín, de nombre angélico y hechuras de cazador-.

Tras la debacle viene el cambio. Ese es el juego democrático y no hay que tener miedo ni intentar metérselo en el cuerpo a la gente, asustándola con el grito de guerra ¡que vienen los rojos! Como si los rojos llevaran la ruina inherente al color, con cuernos -con perdón-, rabo y tridente para atizar el fuego. Es lógico y lícito formar mayorías de izquierdas porque ya han gobernado bastantes años las derechas con sus mayorías absolutas. Tendrían que parafrasear al Santo Job y decir convencidos: la gente me lo dio, la gente me lo quitó. Bendita sea la gente.

Esperemos a esos acuerdos, tras las tormentas y los líos para llegar a ellos, y a su funcionamiento, y si lo hacen mal, ya votaremos a otros en las próximas, lo mismo que hemos hecho en estas, que aquí toda acción pasa factura. Veamos si es verdad que la política hace extraños compañeros de cama, pero pasemos hoy de la política, aunque todo es política, incluido el asunto del que escribo: la agradabilísima sorpresa que me he llevado en la Universidad alicantina como ya apuntaba en el artículo de la semana pasada.

Gaudeamus igitur iuvenes dum sumus. Así comienza el himno de la Universidad universalmente conocido. Ese himno no podemos cantarlo los entusiastas alumnos de la Universidad Permanente alicantina porque ninguno cumplimos ya los cincuenta, lo cual, romanticismos y frases bonitas aparte, no deja de ser una ruina.

Cuando uno anda en la Universidad por su quinta soñando con oposiciones que posibiliten un barco, dos fincas, una amante de postín y un piso en Serrano. Cuando uno desborda energías, no sabe lo que es una pastilla ni una inyección, ignora lo que es una cola en la consulta del médico y no ha oído hablar del colon, del páncreas ni de la próstata, cree que las goteras no llegan nunca y que las canas solo se pueden tener acudiendo al tinte, como elemento ornamental. Pero todo llega? todo pasa? todo cansa, y los años caen como losas en el carné de identidad y en el cuerpo de manera inevitable.

Los hay -horteras e ilusos- que pretenden eludir y disfrazar la vejez, huir del alzheimer, comportándose como ridículos ligones de playa. Ningún hombre se hace más joven por ir acompañado de una mujer veinticinco años menor que él. Yo creeré que es amor verdadero cuando una de treinta años se enamore de uno de sesenta y cinco que cobre la pensión mínima. Lean a Tarik Alí en A la sombra del granado: no hay nada más ridículo que un abuelo de setenta años presumiendo de ojos verdes.

Hay otra forma digna de doblegar a la decrepitud y al aburrimiento. Un grupo de yayos -todos tenemos nietos- lo hemos descubierto en el curso que han impartido en esa Universidad Permanente, Marisa Álvarez y Carlos Martínez, sobre las dinastías de los Austrias y los Borbones.

Hemos visto en esas clases cómo Carlos V, un rey extranjero que no conocía ni el país ni el idioma, vino a España rodeado de holandeses que nos asaron a impuestos y nos endeudaron hasta límites insostenibles para costear las mil y una guerras que el imperio tenía entabladas. Hemos conocido a Felipe III, un rey débil aficionado a la música, a la caza pero muy poco a trabajar que dejó al país en manos de un valido ladrón: el Duque de Lerma. Cuando iba a ser empapelado por chorizo, consiguió que la Iglesia lo nombrara cardenal para eludir la horca. De ahí la copla que circulaba por el país con la velocidad de un reguero de pólvora: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado». Nada nuevo bajo el sol. En el siglo XVII ya había políticos que robaban.

¿Qué diremos de Felipe IV? Un rey juerguista, inteligente, vago y mujeriego que habiendo tenido hijos por cada rincón por el que andaba, no fue capaz de dar a la Corona española un heredero mínimamente capacitado. La historia se repite, es una enseñanza que los yayos pegados a la intelectualidad hemos sacado de estos cursos en la permanente. Este rey, con mil líos de faldas -no conozco hasta hoy ningún rey o reina que no los haya tenido- se desentendió del reino y su gobierno dedicándose al refocile y dejando el mando en manos de un personaje polémico y afanoso de poder, el Conde Duque de Olivares. Este rey, dicen las malas lenguas, es el que más hijos tuvo, más de cuarenta, aunque el más famoso, con una artista de la época apodada La Calderona, fue Juan José de Austria que también intentó entrar en liza para acceder al trono a la muerte de su hermano Carlos II. No sé qué tendrá el poder que, con tanto trabajo como dicen que da, todo el mundo lo persigue.

Me he pasado con las clases para abuelos de la Universidad alicantina. Un diez para quien haya programado y los que han impartido esos cursos. La semana que viene, si se puede, sigo tirando de apuntes con más reyes y más esperpentos.