Todos sabíamos lo que iba a pasar. Me refiero a los resultados de las elecciones del 24 de mayo último y al hecho de que, evidentemente, los grandes partidos políticos no iban a repetir, ni de cerca, los resultados que obtuvieron en las últimas elecciones.

A pesar de que la economía haya mejorado, afirmación ésta que baso en las manifestaciones vertidas no sólo por el Gobierno sino también por expertos que parecen independientes, es evidente que esa recuperación no ha llegado a la ciudadanía en general. Todavía hay más de 4.000.000 de personas en paro y ese paro afecta no sólo al que lo sufre sino a todo su entorno, es decir a 3 personas como mínimo. Si multiplicamos el número de parados por 3 obtenemos una cantidad que apabulla: 12.000.000 de personas conocen las consecuencias del paro, saben del sufrimiento, la indefensión, la desesperanza y la pérdida de dignidad que supone el hecho de quedarse sin trabajo. Pero ahí no acaba el asunto. La crisis ha creado una nueva situación que no es otra que el trabajo precario. Tenemos a demasiada gente trabajando en precario, con unos sueldos que no les da para vivir ellos solos y por tanto menos para mantener a una familia, de tal manera que quedan atados al «barco familiar» que les mantiene a flote, lo que supone un gran esfuerzo para los padres y una gran frustración para los mantenidos. Todo esto provoca desilusión y desesperanza en el futuro, un futuro que, conforme pasan los días, se convierte en un poco más negro.

Es natural que muchos de ellos hayan optado por buscar aires nuevos, es natural que hayan acabado hartos de tanta corrupción, a pesar de que esta sea antigua o nueva. ¡Que más da! Saben que, mientras ellos trabajaban por un sueldo más o menos digno, otros se lo llevaron caliente y concluyen que se quedaron sin trabajo por culpa de tanto «chorizo» y los que culpan de la pérdida de su puesto de trabajo y de la miseria que se les paga en el nuevo trabajo que han conseguido.

Es pues normal que no sólo hayan perdido la esperanza, sino que es normal que estén indignados y como tal, es normal que hayan buscado nuevas opciones que les puedan devolver lo que ya no tienen y que, concluyen, nunca tendrán si la situación no cambia.

Es por ello que no es válido, para mí desde luego, el análisis que los grandes partidos, me refiero al PP y al PSOE, han hecho del descalabro electoral. Han concluido que sus votos se quedaron en la abstención y que algún que otro se fue del redil y sólo tienen que esforzarse un poco para poder recuperarlos. A mí me da la sensación de que la situación es muy diferente a la que ellos pintan pues la recuperación de esos grandes partidos pasa necesariamente por la recuperación de la confianza, de la esperanza y del entusiasmo de los ciudadanos. Todos esos valores no están ahora mismo depositados en ellos sino en otros que, advenedizos o no, creados hace tres días o no, lo cierto es que han devuelto al menos la esperanza entre unos jóvenes que se han visto ninguneados y olvidados por los últimos gobiernos.

No pongo en duda que la situación de hace 4 años fuera de quiebra de la economía española. No lo pongo en duda pero lamento que no se nos dijera, desde el primer momento, cual era la situación y que cada semana se nos diese cuenta de los avances y de las medidas que se tenían que tomar sí o sí. Lamento que se nos haya tratado como meros paganos y se nos haya saqueado cada dos por tres, lamento la falta de empatía de determinados ministros que parecían alegrarse de subirnos los impuestos, de congelarnos el sueldo, de quitar pagas extra que no han devuelto, que nos hablaban de primas de riesgo provocándonos tal desasosiego que todos o casi todos nos hicimos expertos en primas y las seguíamos diariamente. Lamento que sólo haya interesado la macro economía y que no haya habido palabras de aliento para todos los trabajadores que tuvimos que apretarnos el cinturón sin saber hasta cuándo, hecho éste que sigue igual. Lamento que ni siquiera la oposición haya tenido un discurso diferente al del «y tú mas». Lamento que se hayan olvidado, todos ellos, del pueblo que es soberano, más soberano que el propio Rey, que debió abandonar el palco cuando pitaron el himno de España.