La aparición de los emergentes en el panorama político tras las elecciones europeas ha hecho desaparecer, al menos de momento, el bipartidismo hegemónico; además ha supuesto la aparición del cuatripartito. Las elecciones municipales y autonómicas han confirmado lo que se anunció en la consulta anterior: los españoles seguimos situándonos en el centro izquierda y el voto se divide por mitades en el espectro político, más o menos como hasta ahora, pero la gestión ya no es ni será cosa de dos, sino de cuatro. La gente cambia muy poco de planteamientos, o lentamente si se quiere, pero es más fácil que lo haga de partido si entiende que ya no representan lo que los ciudadanos quieren. Ese ha sido el aviso que se han llevado PP y PSOE: los votantes son constantes y fieles a sus ideas; bastante más que a los partidos políticos.

La irrupción de Podemos y Ciudadanos está teniendo ya consecuencias en la cultura y en la vida política. En primer lugar fuerza a todos a dialogar, es la humildad obligada. Se acabó el despotismo iletrado, que no ilustrado, ejercido en multitud de ocasiones por las mayorías absolutas y absolutistas. Se terminó tomar resoluciones injustas, e incluso ilegales, sabiendo que el viaje a los tribunales es una eternidad, y cara. El diálogo con todos, y especialmente con los próximos, es una necesidad para llegar a acuerdos y poder gobernar. Incluso teniendo las elecciones generales en el horizonte. Están condenados a entenderse. La cultura del pacto, tan imprescindible en la Transición, ha resucitado. ¡Aleluia!

Tener que pactar ayudará a comprender mejor las concesiones y transacciones que tuvieron que hacer los protagonistas de la Transición Democrática, tan injustamente valorados en algunas declaraciones de los emergentes, especialmente por Podemos. Asumir responsabilidades de gobierno en ayuntamientos y comunidades va a obligar a los recién llegados a pisar tierra en sus propuestas, a asumir que el poder político tiene en su ejercicio más limitaciones de las que parece. Y, se integren o no en los gobiernos, la responsabilidad sigue siendo suya, en cada medida que respalden, desde la investidura de la próxima semana hasta los presupuestos. El que vota -incluso si se abstiene- es responsable aunque no gestione lo que apoya. Para los que estaban en los gobiernos es un chorro de realidad que rompe la burbuja en que se habían envuelto, les obliga a pisar tierra -también- para conocer los problemas y cómo vive la gente. El estilo de vida, el estatus, también los sueldos, les ha alejado mucho de cómo viven -en ocasiones, sobreviven- sus representados.

«¿Verdad que no nos vamos a hacer daño?», le presiona el paciente al dentista, mientras éste le hurga en la boca. Es el conocido chiste que pretende describir el porqué de la extensión de la corrupción. Cuando el que gobernaba tenía mayoría absoluta, todavía peor, podía ser como Luis XIV, el rey Sol. La presencia de cuatro partidos -PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos- dificulta más las corruptelas y trapicheos que muchas leyes y normas sobre transparencias y controles.

«Tenemos muchas coincidencias programáticas en el ámbito social, económico y de lucha contra la corrupción. Habiendo cosas urgentes para la ciudadanía mucha gente no entendería que no se produjera el acuerdo». Es la respuesta de Ada Colau, la futura alcaldesa de Barcelona, al emplazamiento que le hizo Esquerra Republicana para que firmara la hoja de ruta independentista, como condición para apoyar su investidura. La negativa ha sido clara: hay otras prioridades. Aunque mantenga su apoyo al llamado «derecho a decidir», la irrupción en el panorama político de Podemos sumada a la posición netamente antiindependentista de Ciudadanos ha centrado la atención política en el ámbito social y económico, en las contradicciones sociales, marginando el enfrentamiento entre los nacionalismos español y catalán -tan coincidentes en aspectos económicos y sociales-.

Todo lo anterior está en la base de las altas expectativas política y económica que acaba de publicar el Barómetro del CIS de mayo realizado en la primera quincena. Son índices que no se alcanzaban desde 2004, cuando ganó las generales Zapatero, a diferencia de entonces la situación política y económica se valoraban mucho más. Los índices de confianza política y económica son altos. Aunque ahora se debe a que la distancia entre situación y expectativas es bastante mayor, de récord. Ese es el peligro: defraudar las altas expectativas que se han creado y la confianza de la gente.