El recibimiento del gobierno republicano francés a los Reyes de España me quitó ese sabor agridulce que tuve al escuchar la gran putada, perdón pitada que, tras unos plásticos, tapando con cobardía las miles de caras de los asistentes al estadio azulgrana en la final de la Copa del Rey donde se disputaba el partido entre el Atlético de Bilbao y el Barça profirieron a nuestro Rey Felipe VI. No sin obviar la tenue y gélida sonrisa del actual presidente de la Generalidad Artur Mas, disfrutando como un enano ante semejante espectáculo antiespañol.

Han tenido que venir los franceses para «enseñar» a los españoles cómo ha de tratarse a un rey, el Rey de los españoles. Bandera, himno, revista a las Fuerzas Armadas y laureles a los héroes con perpetua llama encendida.

Desde la antigüedad, los himnos han acompañado a dioses y héroes. Así como a todas las religiones. Al júbilo, a la victoria, al entusiasmo colectivo. También el himno de un país puede acompañar ciertos estados de ánimo emotivos cuando se está fuera de la patria. Si hay que resaltar el himno por excelencia, es el que distingue a cada país y comunidad. Unos serán menos acertados o más bonitos, incluso es posible que los de cada región o comunidad, hablando globalmente sea más bello que el de la propia nación, pero forman parte de la expresión de un pueblo y el amor por un pedazo de tierra que les une y pertenece. Afortunadamente en este caso, nuestro himno no tiene letra, porque de haber sido así, bien la de Pemán, bien la de Paulino Cubero que ya estaba ensayada por Plácido Domingo, retirada por el Comité Olímpico Español, no sé qué hubiera pasado.

Denota un gran desconocimiento de la Historia de España rechazar sus símbolos o confundir mencionar al Rey de España o nuestra bandera o su himno, con un facha al más puro Hitler o franquista.

Bien es cierto que en los colegios, de pequeños, nos enseñaban, delante de una foto del Generalísimo a estar quietas, calladas y respetuosas. Evidentemente fueron otros tiempos y nuestros hijos, ni tan siquiera estudiaron la Guerra Civil o la figura de Franco, que más bien se reían cuando los abuelos les contaban sus batallitas de cómo pasaron la guerra, en algunos casos muy penosos. Y me refiero a los dos bandos, que en todos sitios cocieron habas.

Hay muchas formas de protestar o reivindicar la independencia de Cataluña, pero si hay algún evento en el que el himno nos una a todos los españoles es en el deporte, donde sólo existen héroes que se juegan una simple copa y ponen todo su empeño en dar espectáculo.

Propongo alguna solución, siendo la primordial enseñar en las escuelas lo que es una democracia, los símbolos de nuestro país y el respeto a las altas instituciones del Estado como son los Reyes de España, entre otros. Que deje de llamarse «Copa del Rey», para no hacer pasar el bochorno innecesario que pasó nuestro monarca. Segundo, que los equipos que no estén de acuerdo, que no jueguen esa liga. Tercero, nada de prohibir los pitos. Ante lo que se avecinaba, la propia federación, los árbitros y los jugadores que compiten, que jueguen a puerta cerrada como sanción, porque el resto de españoles no tenemos que aguantar ningún insulto a nuestro himno y bandera. Y no olvidemos la afrenta que, dentro de ese otro grupo de españoles, se encuentra nuestro Ejército español. Provocar no es de recibo. ¿Andamos locos o qué?