Una iglesia de uno de los tres únicos dioses verdaderos, la católica, tiene ahora dos vicedioses, uno retirado y otro en activo. El retirado, Benedicto XVI, era el «think tank» del anterior, Juan Pablo II, que fue el mejor relaciones públicas que ha tenido el dios del capitalismo. Benedicto, una vez que su antecesor bendijo la instauración del poder del capital sobre la Tierra tras la caída del muro de Berlín, se dedicó a la teología dura de la que procedía para derribar la construcción de la Ilustración. Menos mal que llegó en su auxilio un papa simpático, con cara de buena persona y discurso populista, para que los creyentes de a pie se sientan confortados y los no creyentes menos incordiados por esos discursos que entran en todas las casas, sin respetar creencias, a través de todas las cadenas de televisión.

Cuando más cuestionada estaba la monarquía en España y, sin duda, cuando más cuestionado estaba el Rey Juan Carlos I, el PP y el PSOE -esas dos personas en el uno del bipartidismo- decidieron con nocturnidad y pleitesía dar su apoyo a la sucesión dinástica. Ahora tenemos dos reyes para el telediario. Uno que reina pero no gobierna y otro que vive como un rey pero no reina. El nuevo se ofrece a la España que quiere renovarse, representándose con rigor y austeridad y el viejo le encanta a la de siempre, la del truhán que es un señor, la alegre fatalista del vivir (que son dos días), la que llora y mama, come y bebe, viste y caza.

Cuando las encuestas recogían la opinión de mucha gente que se decía harta de la política y de los políticos, surgió el debate de la vieja política y la nueva política, que ha ido a dar a la actual disputa de sillas y escaños y ha subido la afición a la cosa pública. Acostumbrados a que todo lo que no gusta se multiplique o se divida o se desdoble -no sé, soy de letras-, se echa en falta un verdadero doble discurso económico o una división del rostro del capitalismo.