Una vez más Xavier Rico pone en escena «El Ángel del Apocalipsis», de Antonio Amorós; una vez más, Xavier Rico nos deleita con una genial interpretación del dominico Vicente Ferrer en el convento de las Clarisas. La obra es una ventana abierta al siglo XV: una reflexión del Medievo, que impone normas para vivir en sociedad, según los usos que obligan a salvar el alma, bajo pena de tormento presente y eterno. Filosofía de orden para el buen conformar de los vasallos de la época, que sirve tanto a los gobernantes como a Dios.Requerido por el Consejo de la Villa de Elche, en el año 1.410, para librarles del creciente libertinaje y la truhanería que imperan, el feroz dominico desvela sin misericordia los pliegues de la moral de su tiempo. Las iras recaen sobre el clérigo Jaume Pérez, acusado de relación libidinosa con su concubina, y del fraile Pedro Portell, comendador de Santa Lucía (personajes reales, presentes en sus predicaciones). Fornicación, rameras, busconas y alcahueterías; juegos nefandos y malos usos de los santos lugares, son el principio teatral de la obra y abren el acercamiento a sus sermones.

Nada escapa a su monodia inflexible en los tres actos de la representación: El fuego de la lujuria; A vosotras, las mujeres; y El Infierno: Sumun de su más alta palabra, donde la carne casi duele, masticada por el fuego del pecado. La representación tiene en la fidelidad, su razón de ser. Pero es, también, un texto bellamente domado por la mano de Antonio Amorós, que selecciona pasajes con unidad y juega con la ironía, el sarcasmo y la interacción de los espectadores: Las mujeres y los hombres son separados en dos bancadas entre las penumbras de la iglesia, para ser señalados, hasta sentir la culpa en la razón y las entrañas.

La obra mezcla juego, pausas y sentimientos; música medieval, ambientes y ritos, a través de los cuales, el autor nos manipula con su texto, aliado con Xavier Rico: un actor que sobrepasa el oficio y se convierte en Vicente Ferrer; así, sin más. Le basta su presencia, la cadencia de la voz, las miradas, los silencios? Si el espectador se abstrae, es llevado a un lejano lugar de su memoria, donde el terrible fraile lo domina a voluntad para mostrarle el indulto o la condenación que, por supuesto, está en sus manos. ¿Vicente Ferrer o Xavier Rico? Ambos, sin duda, nos someten desde las primeras palabras: son él mismo, al ver interpretar a Rico. Nada nuevo para este cronista. Y ello, a pesar de no haber podido contar con toda la escenografía de los primeros estrenos en la iglesia de San José, donde los monjes te sobrecogían a la entrada con luz de antorchas, y un coro fantasmal te recibía en la antesala. Una obra de este calado merecería integrarse en un circuito de representaciones periódicas dentro de los festivales de música y teatro medieval, por lo que supone para la comprensión de nuestra historia y la calidad de nuestra producción teatral. Que hermosa alianza: nuestro teatro; las bellas plazas de Elche y las palabras de los personajes que sentimos cercanos. Sencillamente, para vivir más y comprendernos mejor.