La llegada de un nuevo gobierno a la Generalitat levanta grandes esperanzas en los ciudadanos, aunque no hay que lanzar las campanas al vuelo porque la situación de las arcas la Comunidad, intervenida de facto, es catastrófica. Al cierre de 2014 la deuda se situaba en torno a 37.376 millones. Es decir, que pasarán décadas hasta que puedan equilibrarse las cuentas y muchos de nosotros no lo veremos. Así que no esperen milagros porque diga lo que diga Pablo Iglesias la economía es la que es y el escaso dinero existente debe emplearse con absoluta precisión, priorizando áreas fundamentales como pueden ser la Sanidad o la Educación. Por desgracia la perversión del actual sistema financiero es que, como en la carretera, todos estamos conectados. Como consecuencia la única forma de conseguir una atención sanitaria de calidad o un sistema educativo que nos saque del furgón de cola en Europa es aumentar los ingresos. Hay varias vías para conseguirlo, quizá la más importante sea vía impuestos -evidentemente habrá que subirlos a pesar de ser una medida impopular- aunque de nada servirá si no somos capaces de crear empleo, el verdadero talón de Aquiles de nuestro país. Cuanta más población esté en activo habrá más consumo y por lo tanto más ingresos. Una sencilla ecuación. El futur@ conseller de Sanidad lo tiene muy complicado. Es evidente que el nuevo gobierno puede frenar la fiebre del PP por privatizar la gestión de la sanidad pública, aunque no tendrá más remedio que mantener las actuales concesiones porque no hay dinero para su rescate; hablar de otra cosa es pura demagogia. No habrá más remedio que buscar una mayor eficacia en la gestión de los recursos existentes y «sacrificar» otras áreas no tan determinantes para la sociedad, ya que una buena atención sanitaria pública es básica para la población y nunca será rentable. Partiendo de esa premisa quizá logremos parar el deterioro de nuestro actual sistema de salud.
