Hacía tiempo que la sociedad no vivía un estado de excitación semejante tras unas elecciones. El PP sabía que perdería votos, pero creía que en modo alguno pondría en peligro su hegemonía histórica en ayuntamientos y comunidades autónomas al frente de las cuales estaba buena parte de la nomenclatura de su partido. Nunca imaginaron que recibirían el castigo que han sufrido de la mano de una oposición a la que han despreciado y de fuerzas emergentes a las que han criminalizado. Al mismo tiempo, todos esos sectores sociales profundamente indignados con las políticas austericidas del PP, hartos de una corrupción imparable y hastiados de unos gobiernos tan autoritarios como arrogantes, sabían que era muy difícil expulsar de los gobiernos locales a un partido que ha puesto las instituciones a su servicio de manera patrimonial. La histórica fragmentación de la izquierda y la irrupción de fuerzas y movimientos novedosos, en medio de un proceso de debilidad estructural del PSOE, junto a las históricas mayorías absolutas de las que disfrutaba el PP en muchas instituciones, convertía la posibilidad de cambio político en todo un desafío.

Pero en política no hay nada escrito y el PP se ha visto superado por la izquierda en numerosos ayuntamientos y comunidades. La ecuación de poder ha cambiado y un sentimiento de alegría ha inundado a muchas personas que han visto algo que creían imposible: el PP fuera de numerosos gobiernos locales, provinciales y autonómicos que dirigía con mano de hierro desde hace décadas. En España, la llegada al poder municipal ha sido siempre la antesala del acceso al poder estatal, algo que lejos de inquietar a Mariano Rajoy y a su séquito parece haberles dado más argumentos para mantenerse en ese dontancredismo político que con ellos ha alcanzado niveles de espectáculo patético.

Quedarse fuera de los gobiernos locales, siendo la fuerza política más votada, parece una paradoja, pero es la clave de cómo el PP ha entendido y ejercido la política desde que llegó al poder, a modo de partido único. Lo que para cualquier otra formación hubieran sido unos resultados magníficos, para el PP son un desastre, porque el PP solo es capaz de gobernar en mayoría absoluta, sin acuerdo ni negociación con cualquier otra fuerza. Los populares no saben relacionarse con los demás, hasta el punto que la misma noche electoral daban por perdidas todas aquellas instituciones en las que no alcanzasen mayoría absoluta, algo que han interiorizado como parte de su ADN político. Es la consecuencia directa de una política aislacionista de autoritarismo posdemocrático realizada por el PP, que ha concebido el poder de manera absolutista, sin diálogo, sin acuerdos ni consensos, como bien hemos visto en esta ciudad hasta la llegada de Miguel Valor, quien en tiempo de descuento supo percibir el daño que todo ello había generado, intentando rectificar in extremis. Y para quienes piensan que la regeneración política es solo una cuestión de edad, ahí tienen a Manuela Carmena, que a sus setenta y un años ha demostrado frescura, independencia, audacia y sintonía con amplios sectores madrileños. Pero Valor no percibió que el coche que conducía, al que había lavado y pulido la chapa, tenía gripado el motor desde hacía tiempo porque lo habían conducido de manera irresponsable. Y por si fuera poco, quienes dijeron que se bajara pensaban que con colocar a una conductora de gesto agradable y mantener el vehículo en punto muerto bastaba para cosechar votos, como quien recoge sobres en Génova.

Tan alejados estaban los responsables políticos del PP en la Comunidad y en Alicante que negaban el olor a castigo que inundaba las calles, protagonizando una campaña electoral de tan bajo perfil que algunos conocieron que el PP concurría a las elecciones cuando vieron sus papeletas en los colegios electorales. El liderazgo se forja en las victorias y también en las derrotas, de manera que tan importante es saber ganar, como saber perder, pero desde el pasado domingo no existen responsables de campaña, ni candidatos ni dirigentes orgánicos en el PP ni en Alicante, mientras los anteriores alcaldes, Sonia Castedo y Luis Díaz Alperi, han aprovechado para hacer sus particulares ajustes de cuentas.

Y lo peor de todo no ha hecho más que comenzar para el PP. Sus listas están hechas para gobernar, pero ninguna de ellas se ha confeccionado desde la perspectiva de hacer una oposición dura, ingrata, laboriosa y poco vistosa, de manera que empiezan a vislumbrarse las dimisiones de candidatos autonómicos y municipales que sin duda en los próximos meses se sucederán en cascada. Sin olvidar que muchos de ellos, políticos de profesión, carecen del hábito de dialogar desde fuera del poder que han ejercido, mientras sus responsables nacionales parecen enloquecidos, desplegando una estrategia del miedo y llegando a negar hasta la condición democrática a fuerzas políticas ganadoras en las urnas, como si fueran «yonkis» del poder político con el mono ante la pérdida de su dosis.

Cuanto más tarde el PP en entender la naturaleza de los procesos sociales y políticos que están en la base del impresionante rechazo que han alimentado, más tardarán en evitar la debacle que se les avecina.

@carlosgomezgil