Se acerca un periodo temido por los padres, a la vez que deseado por los hijos: las vacaciones de verano. Escucho más de una vez y más de cuatro, entre mis amigas, comentarios del siguiente tenor: «Los profesores están encantados con mi hijo. Es un chico maravilloso. Me lo ha aprobado todo». O bien estos comentarios mucho más escasos: «No sé qué hacen con mi hijo. No estudia nada. Da bandazos de un lado para otro sin saber para dónde tirar».

Los hijos, esa fuente inagotable de problemas, de alegrías y de ilusiones para los padres. Los hemos visto durante el curso levantarse a rastras para ir al colegio. Hemos visto sus conflictos de adolescentes, su no tener ni idea de la vida cuando creen que lo saben todo, sus discusiones con compañeros en esa enorme empresa que es la socialización en el grupo y fuera de la familia y hasta los primeros amores que ellos creen los definitivos. Si serán inocentes. Nuestros hijos adolescentes son un conflicto en sí mismos: ariscos a la vez que cariñosos. Indecisos, arrogados e imprudentes. Emprendedores o vagos. Amables y encantadores o antipáticos e imposibles de una convivencia normal. Es lo que tiene la adolescencia, la etapa de las grandes inestabilidades en la que se conforma definitivamente la personalidad, la etapa clave en el proceso de socialización. La etapa en la que se escoge el camino que determinará la existencia de ese niño grande, que mide un metro noventa, pero que tiene cerebro de mosquito, dicho con cariño, cuando se cree Einstein.

El proceso de socialización, menudo misterio. De él con sus tiras y aflojas, con más sometimientos y más rebeliones, sale un ser integrado en el grupo social en el que va a desenvolverse o sale un inadaptado que terminará sus días dando bandazos institucionalizado o, en el peor de los casos, en la cárcel, porque esa es una realidad permanente, esta ahí y ni siquiera los de Podemos defienden su abolición. ¿Por qué tengo que socializarme? ¿Por qué debo someterme a vuestras normas de mierda?, brama el adolescente rebelde. Porque si no te socializas, si no acoges esas normas que llamas de mierda, molestas al grupo y éste te rechaza. Comienzas a ser un marginal y eso es malo.

Hay quienes cuentan con posibles y, en vacaciones de verano, mandan al niño a Inglaterra o a Estados Unidos para que venga educado y hablando inglés. Eso es inalcanzable para la mayoría de las familias. El común de los mortales, la gente de a pie, los que no formamos parte de las elites económicas tenemos que buscar remedios y métodos más asequibles. Ahí tienen ustedes a los pedagogos italianos: Pestalozzi o María Montessori o a los rusos como León Tolstói o Cerschemteimer los de la escuela del trabajo, que es lo que necesitan muchos de nuestros hijos: más trabajar y menos hacer los vividores. Échenles un vistazo a estos pedagogos, que hoy con internet está todo al alcance de la mano. Las vacaciones no son un periodo de vagancia sino de aprendizaje y creatividad. No son un periodo de enganche patológico a los aparatos electrónicos y nuevas tecnologías sino a las manualidades y el deporte, a la lectura, a la música y a las sanas relaciones sociales.

Sabiamente decía Platón que era más importante la ciencia de educar a la juventud que la ciencia de gobernar al pueblo. Mientras escribo este artículo me convenzo de que el hecho de ser humano implica ser filósofo. En este sentido los padres y educadores debemos mantener una dinámica de empuje con los hijos, ayudándoles y guiándoles. Debemos llevarles a encontrar la respuesta a la gran pregunta, la que marcará sus vidas: ¿Quién eres?, la que se le hacía a la adolescente Sofía Amundsen. Es la pregunta más filosófica que jamás he visto. Fue mi primera vez cuando la leí en la novela filosófica El mundo de Sofía, aquella que nos obligaban a leer en el instituto, que parecía indigerible, empezó a despertar en mí una renovación de ideas. Supuso una gran ayuda en mi adolescencia orientándome hacia la búsqueda de mi propia identidad y el sentido de la vida. Es muy importante definir la identidad en el adolescente y adquirir un sistema de valores. Es necesario ayudarles a incrementar las normas, el orden y fomentar el acercamiento afectivo. La filosofía puede ser un medio para entender ideas, resolver problemas o buscar un sentido a la vida. Dicen que aquel que ejerce la filosofía entiende más de sí mismo y del mundo que le rodea.

Recuerdo una seria discusión sobre el tema con quien fue director de varias prisiones. Él entendía el mundo como una jungla. Yo soy madre, quizás más blanda, me leyó un trozo de Delibes y me dejó impresionada, Las guerras de nuestros antepasados, y dice así: «Lo que hay fuera ya me lo sé, mira, los unos contra los otros». Efectivamente, el mundo se parece bastante a una jungla y ya dejó Charles Darwin bien claro que solo sobrevive el más fuerte y el mejor preparado. Eso es la educación y para eso hemos de usar con nuestros hijos no solo las vacaciones sino todo el año, para buscar con ellos el equilibrio, la preparación académica y la asimilación de aquellos valores esenciales que nos hacen seres humanos.