Y con él, vuelve la luz. Todos los años, sin faltar. Es una de las constantes vitales a las que los hombres nos hemos acostumbrado «velis nolis», como en una transcripción no escrita sino dibujada en la raíz de quien dispuso el ordenamiento de la primavera. Incluso esta palabra tiene luz, pues al darle nomenclatura a todo ha sido cuestión de pulsiones cerebrales y de bien entendidos acopios de sentencias pasadas, suena a «prima noctis», suena a sentencia filosófica de libro antiguo, amarillento por el óxido del tiempo pero nunca olvidado, siempre sabido.

Ha tenido antecedentes. Ha cambiado de nombre, ha mudado de recibimiento, ha experimentado a la fuerza cosas ajenas a su idiosincrasia, ha podido blasfemar y ha podido igualmente llorar, pero siempre ha sido junio, el adelantado de la luz. Que se nos ofrecía desde el pasado otoño como salvaguarda para poder atravesar el invierno más cruel -siempre ideado por la teoría del sufrimiento-, y dar el conseguido consentimiento a la primavera, hurtándole unos días. ¿Por qué el verano no empieza el primero de junio? Se nos aparece una clámide romana -supongo- para alargar algo más el contento de haber dejado atrás el hielo. Se nos aparece igualmente el considerable tiempo de la considerable duda. ¿Por qué ahora? Otros dicen que por el solsticio, y ya estamos midiendo los seres humanos a nuestro capricho el inconmensurable galimatías del cielo, el origen de una de las pulsiones humanas, el tiempo de hacer algo, la época de cambiar, la de respirar más hondo, la de saludar a la nueva hoja, al nuevo fruto, al nuevo insecto, a la nueva comezón de la piel que está recibiendo la nueva luz como ducha benéfica.

Bien, aquí lo tenemos. Le saludaremos con el «vale» romano, le acogeremos en nuestro cuerpo con la sonrisa del enamorado, con el suspiro del que por fin llega, del que está esperando sabe Dios qué. Porque junio está al cabo de muchas cosas y al comienzo de muchas otras. No es veleidoso ni inestable. Puede que traiga consigo alguna sorpresa, los dioses de los olimpos meteorológicos no se casan con nadie. Puede que nos salude enseñando el rabo de la acritud, olvidando su propia idiosincrasia o burlándose de la humanidad entera, porque para eso tiene permiso. El mes de junio, la luz de junio, están por encima del concepto, cualquiera que sea éste.

De cualquier forma, sea bienvenido.