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Javier Llopis

La rebelión de las ciudades

La gente se habría reído hace cuatro años de cualquier persona que se plantease la remota posibilidad de que una activista callejera de las plataformas antidesahucio, como Ada Colau, lograse ganar las elecciones municipales en Barcelona. Algo muy parecido le habría pasado a un listillo que pensara que era posible que una jueza de 71 años y de intenso pasado antifranquista, como Manuela Carmena, la birlase la mismísima Alcaldía de Madrid a la todopoderosa Esperanza Aguirre. Un comentarista político valenciano que escribiera en 2011 un artículo planteando la hipótesis de que Joan Ribó podía convertirse en el sucesor de Rita Barberá habría sido inmediatamente despedido por el director de su periódico, que lo habría considerado con toda la razón del mundo como una especie de chalado absolutamente inservible para analizar la actualidad de la capital del Túria.

Todo esto y mucho más, lo hemos visto en nuestros ayuntamientos tras el 24 de mayo. En la política municipal española los pajaritos han empezado a dispararles a las escopetas y en nuestros pueblos y en nuestras ciudades vemos asombrados como plataformas ciudadanas de izquierdas superan en votos al PP o como agrupaciones de vecinos entusiastas sin ninguna experiencia política se hacen con las alcaldías, destrozando las estrategias de los grandes partidos. El municipalismo español ha sufrido un intenso terremoto y ha quedado demostrado que los electores han elegido a las corporaciones locales como escenario principal en el que mostrar su deseo de un profundo cambio en los métodos de hacer política. Más mal que bien, el bipartidismo ha aguantado el temporal en las elecciones autonómicas; pero por lo que respecta a las municipales, los efectos han sido demoledores y han provocado que el mapa tradicional haya saltado por los aires roto en mil pedazos.

Para encontrar una situación levemente parecida, hay que remontarse a las primeras elecciones municipales de la democracia, en el año 1979. En una España controlada por el centro derecha de UCD, millones de ciudadanos decidían actuar contracorriente y poner sus ayuntamientos en manos de una coalición de fuerzas de izquierdas formada por el PSOE y por el Partido Comunista. Vale la pena recordar que aquel masivo aterrizaje de «los rojos» en los salones de plenos desató una oleada de pánico entre la derecha más paranoica, que incluso llegó a temerse una oleada de colectivizaciones y de quemas de iglesias. Al final, la sangre no llegó a río y aquellos alcaldes primerizos acabaron presidiendo la procesión del día del patrón y, de paso, protagonizaron uno de los episodios más brillantes de la joven democracia española, rescatando de la dejadez de 40 años de franquismo a unas ciudades que estaban en estado de ruina general y que tras su paso por el Ayuntamiento se llenaron de parques y de casas de cultura.

Salvando todas las distancias que haya que salvar, la situación actual guarda un notable parecido con aquellos tiempos casi olvidados de la Transición. Nuestras ciudades están saliendo de más de veinte años de férrea dictadura inmobiliaria, en los que los promotores han actuado como dueños absolutos del cotarro y en los que los muchos políticos han aceptado con entusiasmo interesado convertirse en las marionetas de un poder paralelo. Nuestros ayuntamientos se han convertido en un resumen perfecto de los peores vicios de la política española: corrupción urbanística, gobernantes que priman el interés privado sobre el colectivo y desprecio absoluto hacia las verdaderas necesidades del ciudadano.

Como hicieron en aquellos primeros comicios democráticos, las ciudades han decidido rebelarse contra una situación injusta e insostenible. En vez de poner la confianza en manos de los de siempre, han decidido optar masivamente por caras nuevas y por gente que ha sustituido las promesas fáciles del ladrillo por el compromiso ético y por proyectos sociales y urbanísticos destinados a mejorar la vida cotidiana de los vecinos. Los ayuntamientos encaran su segunda Transición y los electores le han encargado a la izquierda gestionar un inmenso caudal de esperanza. No será una tarea fácil.

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