Que ETA no era más que un grupo de criminales que se movían por el dinero y sus frustraciones personales era algo que pensábamos desde los años 80 del pasado siglo, cuando fuimos testigos de todos aquellos asesinatos sin sentido que buscaban únicamente crear dolor en la sociedad española. Gracias al programa Salvados dirigido por Jordi Évole que pudimos ver el pasado domingo, aquella casi certeza la hemos convertido en una verdad cuando pudimos escuchar al exetarra Iñaki Rekarte explicar el sistema de organización interna que existía en ETA y que utilizaron para cometer todos aquellos asesinatos: ninguno.

El gran argumento intelectual de la dirección que daba las órdenes se basó en reclutar a jóvenes de poco más de veinte años y darles dinero, armas y unas instrucciones difusas sobre a quién debían matar. Esa idea que imperó durante todos aquellos años de que el entramado etarra se basaba en la lucha por unas ideas puesta en práctica gracias a una fuerte organización se ha demostrado, con el paso del tiempo, que era falsa. Porque ETA fue, sobre todo, un negocio gracias al cual muchos vivieron muy bien. La disculpa del Estado opresor sirvió para que miles de jóvenes se amparasen en esa supuesta opresión para no estudiar ni trabajar y para conseguir ingresos regulares por asistir a manifestaciones, organizar algaradas callejeras desde los grupos de kale borroka y para unirse a comandos que sembraron el pánico entre la población. Al mismo tiempo, un numeroso grupo de personas de mayor edad afines al movimiento abertzale se aprovecharon del miedo de una parte de la sociedad vasca , que no supo oponerse a la locura nacionalista llevada al extremo, para vivir muy bien a costa del dinero de empresarios extorsionados.

Sabido por tanto la chapuza por la que ETA se regía, cabe preguntarse cómo fue posible que un grupo reducido de personas lograse hacerse con tanto poder y con tanta capacidad de influencia en la sociedad vasca. Los que por edad conocimos el ambiente de opresión que se podía respirar aquellos años en las principales ciudades y pueblos vascos, pudimos sentir aquella ley del silencio que se podía respirar, pudimos escuchar el miedo a hablar que se adueñó de cada rincón de cada calle. Reflexionamos hoy día, ahora que ETA está vencida, que si bien los culpables directos fueron los organizadores de ETA y los que llevaron a cabo cada muerte y cada destrozo de cada bomba, también hubo otros responsables. Así, no hay que olvidar , por una parte, a todos los que ayudaban a los etarras a huir después de los atentados y los que prestaban sus domicilios para compartirlos con los etarras mientras preparaban el siguiente asesinato; un grupo fanático que votaba a Herri Batasuna a los que no importaba ni las personas asesinadas ni sus familias. Después estabaotro sector de la sociedad, más numeroso, que durante años se movió en tierra de nadie; un nacionalismo vasco y democrático que aunque se oponía al uso de la violencia nunca se enfrentó de manera categórica contra el mundo de batasuna, justificando de manera indirecta sus acciones cuando criticaba determinadas formas de actuación del bloque constitucionalista. Y por último, hubo un grupo mayoritario que miró para otro lado y que se acomodó lo mejor que pudo sin tener ningún gesto de apoyo o de afecto hacia las víctimas del terrorismo ni hacia los que tenían que vivir entre amenazas e insultos.

Ese mundo paralelo que se creó en el día a día de la sociedad vasca fue el que obligó a miles de personas a dejar sus hogares para irse a vivir a otra comunidad autónoma. Periodistas, profesores o cualquier persona amenazada por no conculcar con el mundo batasuno. Daba igual el motivo, si es que alguna vez hubo alguno. La presión que se ejercía sobre los que no se sentían nacionalistas y lo decían públicamente suponía entrar en una dinámica de insultos, atentados contra sus bienes o pintadas amenazantes que paralizaba sus vidas.

Para poder pasar página es necesario que antes se conozca toda la verdad. Y para ello no sólo es imprescindible que los que fueron sometidos a cualquier clase de violencia hablen de todo el mal que tuvieron que soportar durante los cuarenta años de existencia de ETA. Deben hablar también los que apoyaron y dieron cobertura a los asesinos etarras, los que justificaron de manera indirecta los atentados con el ridículo argumento de que los que no éramos de allí no podíamos hablar del tema y también deben asumir la parte de culpa que les sea propia los que miraron para otro lado para no meterse en problemas.

«Dónde estabais en los malos tiempos/ cuando ni gritando conseguí hacerme oír la voz», decía una canción de los años 80 del grupo La Unión. Los malos tiempos del terrorismo pasaron pero queda la dignidad de los que se opusieron a la violencia etarra y la presencia en nuestra memoria de los que se dejaron la vida en ello.