A José Ramón Navarro Vera, maestro

El pasado lunes, con Natxo Bellido y otros compañeros, participé en la reunión de Compromís con «Alicante Avanza», simpático nombre para la enésima empresa participada por Ortiz para plantar algo en Rabassa; esta vez, al parecer, Ikea, un macrocentro comercial y algunos adornos más. Fuimos atendidos por unos ejecutivos ejemplarmente amables y profesionales. Lamenté que algunas de mis intervenciones fueran duras con el fondo del asunto. Esa aspereza es otro síntoma de cómo Alicante ha visto subvertida unas relaciones amables por culpa de los manejos hechos por vampiros de la democracia, esos que no soportan la luz de las instituciones y se refugian en las cavernas de las teléfonos, los yates y los reservados de postín. La sede misma de «Alicante Avanza» tiene un no sé qué raro que invita a la sospecha: demasiado despoblada para un empeño tan ambicioso, poco personal para tejer tanto detalle, mucha maqueta almacenada en salas oscuras. Es como la calle de una película del oeste: fachada, escenario para improvisar encuentros que, si se hubieran hecho hace 10 años, habrían propiciado una convivencia infinitamente mejor. Pero es como si este apresuramiento en hablar, en vísperas electorales, entre la nada del Plan primero y la nebulosa de la ATE, fuera una metáfora de la misma metáfora en que se ha convertido Rabassa: al ocultamiento primero a la ciudadanía le ha seguido la transubstanciación de los mismos promotores, fantasmas ya, incapaces de desprender la mínima credibilidad. Es como si fueran sólo especuladores por oficio, porque no saben hacer otra cosa. Ni siquiera es vocación: es costumbre.

Costumbre disfrazada de buenos dibujos y utillaje jurídico depurado. La misma claridad formal que ya tumbó el TSJ con el Plan primitivo, y que ahora luce más surrealista con la retirada del PGOU. Pero no cejan. No tienen otra cosa que hacer. Por eso manifestamos a las personas que atentamente nos recibieron que no hacía falta que sacaran papeles. ¿Para qué? No los creemos. ¿Cuántos planos, proyectos, infografías y hasta vídeos se nos enseñaron para justificar el Plan Rabassa o las torres del entorno del Rico Pérez. ¿Qué habremos de creer de quien está detrás de estas añagazas? Si es que hemos oídos sus grabaciones. No sé en los bancos, pero en la ciudadanía se le acabó el crédito. Y punto.

Así que nadie quiere ya el macrocentro. Lo que algunos dijimos desde el primer día lo dicen todos. No conozco a nadie que defienda la astracanada del inmenso centro comercial. Por supuesto ese descreimiento se extiende a la voluntad de parques tecnológicos, al amor por las lagunas? La muerte del Plan Rabassa supuso no sólo la negativa a las 13.500 viviendas, sino a cualquier proyecto protagonizado por el PP y Ortiz, la pareja de baile más lasciva y venenosa de los últimos lustros. Cualquier cosa que propongan nace muerta. Caída Castedo, último baluarte de aquellos tiempos de cuchipandas, han tenido que envainarse el miedo a que pongan Ikea en Elx, la reducción del impacto de la cosa en el conjunto urbano o el juego repugnante con el espejismo del empleo. Hasta los empresarios que bendijeron se desdicen. Hasta el PP, en fin, atrapado ahora en los laberintos jurídicos del asunto. Pero el juego ha terminado: si nadie quiere el macrocentro lo único que queda por negociar es la forma del entierro, porque el muerto apesta. Y si no se ha hecho es porque el PP no sabe. Por no saber no sabe ni enterrar a sus propios muertos, que para eso ha dispuesto de años para convertir a Alicante en un exquisito cementerio de ideas e ilusiones. Sería muy fácil: que su candidata diga «Si ganamos no se construirá el macrocentro comercial, pase lo que pase con las alegaciones». Y si alguien dice que la ATE es de obligatorio cumplimiento que diga que no, que eso es muy dudoso, y que se enfrentará con la Generalitat, gane quien gane, en los despachos, en les Corts y en los Tribunales. Todo lo que no sea eso significa que certifica su incapacidad irreversible para escapar de la tutela de Ortiz, de un modelo fracasado de desarrollismo y de los cauces por donde circula la corrupción. Es así de duro. Se lo han buscado. Y les estamos esperando.

Porque en la entrevista publicada el otro día Sánchez Zaplana dice que ella no tuvo nada que ver con el Plan Rabassa. Pero lo votó. Vaya si lo votó, en todas las fases de su tramitación. Pero es que durante la tramitación de la ATE se sentaba en el Consell. O sea: es la única política del mundo mundial que ha estado en los dos procesos jurídico-políticos que nos han traído hasta aquí. Si eso no se llama responsabilidad política, ¿qué podrá serlo? ¿Que no era cosa de su concejalía o de su consellería?: ¿no le han explicado que la responsabilidad política se ejerce de manera «solidaria»?, ¿ni siquiera se le ocurrió preguntar? La única conclusión válida, por supuesto, la que los de Compromís explicamos en la reunión, es que el tinglado sólo puede desmontarse si gana la izquierda, si hay un cambio. Incluso lo hacemos por el bien del PP, porque si siguen gobernando pasado mañana se volverán a liar. Y tendremos en el PP una nueva generación de corruptos. Porque si toda una ciudad dice que no a una decisión fundamental y sus jefes perseveran, eso, precisamente eso, es el agua podrida de la que nacerá el siguiente episodio de corrupción.

Así que la pregunta del título puede ser el resultado de un exceso de ingenuidad por mi parte o la demostración de cómo la vida alicantina sólo puede explicarse desde la teología. Puestas así las cosas me permito ofrecer a Ikea una alternativa: que pasen de otros asuntos y monten junto a su tienda de muebles y edredones un santuario: grande, neogótico, a ser posible. Que erijan un Cristo de, por ejemplo, 13.500 metros con la cara de uno, rodeado de Gestas y Dimas con otras caras duras. Cristo del Mayor Milagro, podría ser advocado. Porque eso es lo único que nos puede salvar si estos siguen predicando sin dar trigo. Lo malo es que me parece que los de Ikea van a ser protestantes y no van a entender el chiste. Encima.