Voy a formular un deseo, no caer en esa esquizofrenia política que distorsiona la realidad y que te hace opinar y actuar sólo en función de intereses de partido. Cuidado, porque esta terrible enfermedad no sólo ataca a quienes tienen un cargo político, se contagia a toda la pléyade de personas que gravitan en torno al político de turno y también afecta a quienes juzgan, opinan y votan en función de esa esquizofrenia. La corrupción se ha convertido en el lema de los partidos y en el leit motiv de la campaña electoral. Todos quieren combatirla, erradicarla, castigarla. La corrupción se ha convertido en una especie de ente que está ahí, que nos rodea, que nadie quiere reconocer y que hasta cuesta definir. Hace unas semanas hablaba en esta misma ventana de esas formas de corrupción que pasan desapercibidas pero que son, al fin y al cabo, corrupción (Información 12/05/2015). Pero la cosa se enreda cuando vamos al caso concreto y sorprende la capacidad de acusar al otro con un argumento que, cuando se encuentra en tus filas, lo esgrimes como argumento contrario.

Si yo fuera una evasora fiscal anónima que se hubiese acogido a la amnistía fiscal, no me haría ni pizca de gracia que, ahora, se airease mi nombre. Son las reglas del juego, me atuve a ellas y no considero correcto que se desvelen datos que pueden considerarse personales. Pero ese no es el triste panorama de este país. Hemos descubierto, con estupor, que quien fuera Ministro de Economía se ha acogido a dicha amnistía fiscal. Es decir, quien cobraba mis impuestos, quien me regañaba si no cumplía con mi obligación ciudadana?, evadía, por detrás, con el único fin de enriquecerse. Mientras la mayoría pagamos impuestos para que haya hospitales, colegios, carreteras,? él intentaba no pagar para engordar sus bienes. Es como un mal cuento en el que el comisario de un lugar imaginario participa del botín que roban los ladrones. Lo dicho, una auténtica esquizofrenia. Y así, mientras que si de otro se tratase, lo estarían lapidando y vituperando, algunos compañeros de partido se aferran a la legalidad. Rodrigo Rato es el caso más flagrante de la degradación humana -en cuanto a valores morales-, pero le acompañan otros, Federico Trillo, Martínez-Pujalte y recientemente un tal Agustín Conde, diputado del PP, que asesoraba a bancos y que no declaró su actividad extraparlamentaria por dos razones: porque el Congreso no obliga a especificar las características de los bienes que posee -laxitud imperdonable-, y porque como dice Rafael Hernando, «a veces, a la gente se le olvida declararlo todo». Para el PP todo es legal y no hay conflicto moral. ¿Recuerdan los juicios paralelos y las valoraciones a Monedero por haber cobrado por sus labores de asesoramiento que, si bien poco éticas para algunos, eran legales?

Pongamos otro ejemplo. Jordi Cañas, exdiputado en el Parlament catalán, fue acusado de delito fiscal y abandonó su escaño. Sin embargo, el partido lo recolocó tras las elecciones europeas del pasado año como asesor en el Parlamento europeo. Albert Rivera dijo «que el delito no le invalidaba para ser un buen profesional, que está cualificado para ocupar ese puesto y que no es corrupción porque no está en un cargo público». ¿Es suficiente esta respuesta para una nueva formación que, al igual que Podemos, ha hecho de la lucha anti-corrupción su principal bandera? ¿Asesoraría Jordi Cañas a un concejal, le dejarían llevar la contabilidad de una campaña electoral? Una cosa es el delito stricto sensu, otra, la pasta que hay que tener para cometer ese delito, y otra muy distinta es el nivel de exigencia política que hemos de tener con quienes nos representan -y sus asesores- y gestionan el dinero público. En política, ahora más que nunca, son importantes tus asesores y tus amistades. De nuevo surge la esquizofrenia cuando se pone el listón muy alto; éste se puede volver contra ti. No es lo mismo ser rico y una persona anónima que sólo te representas a ti y a tu avaricia, que ser un representante de la ciudadanía o alguien muy cercano a él, que debe velar por los intereses de todos, especialmente por los de los más vulnerables.

En este contexto se entiende la exigencia de Podemos, Ciudadanos y hasta de algunos en el PSOE, para que Chávez y Griñán dejen la política. Permítanme que difiera de Chávez cuando el otro día calificaba de «venganza», este precio. No es venganza, es una forma -tal vez exagerada- comprensible de exigir a los políticos una absoluta limpieza para ejercer su cargo. Las líneas rojas deben ser las mismas para todos y el electorado lo que pide es coherencia. En cuanto a la Amnistía fiscal, les confieso que no la entiendo. A qué limite de corrupción del ser humano hemos llegado para tener que perdonar un «poquito» a seres con tanta avaricia material. Creo que estamos ante una auténtica esquizofrenia social, y que, como decía el otro día Rosa María Artal, para eliminar el hurto, habrá que erradicar el robo como delito. Saben, la esquizofrenia tiene un hándicap añadido: quien la sufre no es consciente de ello.