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Una bomba de racimo

Javier Cercas, en su obra «El Impostor» -una reconstrucción de la vida de Enric Marco, que mintió durante varias décadas sobre su paso por un campo de concentración nazi hasta que fue desenmascarado en 2005- recuerda con Faulkner que «el pasado no pasa nunca, ni siquiera es pasado; el pasado es solo una dimensión del presente». La cita describe perfectamente lo que le ocurre al presidente de la Diputación y del PP provincial de Valencia. En política, como en la vida, el pasado siempre vuelve para cobrarse alguna factura que quedó olvidada y Alfonso Rus, que presumió mucho y con razón de su buena gestión en la Diputación, creyó que con eso bastaba para sepultar el pasado. Se olvidó del topo -el sí qué tenía uno y bien gordo dentro de la corporación, no como el que sufrió Fabra que nunca pasó de ser un triste aficionado- y, a diferencia de Vito Corleone, nunca supo distinguir quienes eran sus verdaderos enemigos. Que un íntimo suyo, del que fue padrino de su boda, le grabe las conversaciones desde hace por los menos 10 años dice muy poco del instinto de un tipo tan listo como Rus. Ahí es donde debe dolerle de verdad. El engaño es el peor de los castigos para quienes se creen más hábiles y más inteligentes que el resto de los comunes mortales.

Rus se equivocó en muchas cosas. Como dice el proverbio, los dioses ciegan a quienes quieren perder. El presidente de la Diputación de Valencia erró al, presuntamente, meter la mano para llevarse una mordida de las comisiones que, no menos presuntamente, le gestionaban el exgerente de Imelsa, Marcos Benavent, y su actual vicepresidente de la Diputación y delegado de Economía y Hacienda, Máximo Caturla. Como se equivocó al enfrentarse al presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, junto a la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, y el vicepresidente del Consell, José Ciscar.Un trío que en un momento dado le dobló la mano a Fabra obligándole a prescindir de uno de sus hombres de confianza y persona clave para entender el PP, Serafín Castellano, quien tuvo que dejar la consellería de Gobernación y la secretaría general del partido en la Comunidad Valenciana. Tiempo después de aquella salida intempestiva hacia la Delegación del Gobierno, una persona cercana a Castellano dijo: «la venganza es un plato que se toma frío».

No es de extrañar que desde el entorno de Rus y de Rita Baberá se señale directamente al Palau de la Generalitat como responsable de las filtraciones informativas que han dañado la imagen de ambos. El argumento que sostienen, algo traído por los pelos, es el siguiente: «Fabra sabe que va a perder las elecciones y necesita una cabeza de turco con que justificarse. Primero, se filtró lo de los gastos suntuarios de la alcaldesa que son una memez, pero tal y como está el patio, se publican como si fuera el mayor despilfarro económico. Luego está lo de Alfonso al que pintan como si fuera un corrupto. Lo que busca Fabra es cargarles a ambos su propia derrota». Olvidan, aunque tal vez fuera mejor decir que no quieren recordar, que como explicó en su día el sociólogo alemán Max Weber, «los que actúan en política luchan por el poder, bien para servir otros fines, ideales o egoísmos o bien como "poder por el poder", para disfrutar de la sensación que proporciona el poder». Este pulso por el poder es probablemente la explicación más cercana a la realidad.

El pulso contra Fabra por parte del trío Barberá, Rus, Ciscar no fue otra cosa que una pelea por el poder y la respuesta que estos le atribuyen al presidente de la Generalitat responde a la misma lógica. Los políticos luchan por el poder, lo dice Weber. Y luchan contra su propio pasado; pero el pasado siempre vuelve y, en ocasiones, lo hace con la fuerza de un tsunami.

La suerte de Rus está echada. Hasta un diario conservador como Las Provincias ha pedido ya su dimisión. Nadie espera a que un juez le impute. En el PP de la Comunidad Valenciana quieren que se vaya, en Génova también quieren que desaparezca de la política antes del martes, día en que llega Mariano Rajoy a Valencia y quiere el terreno despejado. Veremos lo que resiste el alcalde de Xàtiva y candidato, sí o sí, del PP en las próximas elecciones municipales. Pero el barón provincial valenciano no es de los que tiran la toalla así como así. Tiene el espejo de Sonia Castedo en el que mirarse para resistir al menos hasta después del 24-M.

Pero, cuidado con Rus. Quien fuera que arrojara la bomba en contra suya no cayó en la cuenta que arrojaba una bomba de racimo que puede causar múltiples víctimas en el seno del PP. Ahí está Máximo Caturla, que antes de vicepresidente de la Diputación fue máximo responsable de Ciegsa, la empresa encargada de construir los colegios públicos y cuya gestión siempre ha estado cuestionada por la oposición por los sobrecostes en las obras. Rus no se irá solo, Caturla se irá con él y, probablemente, algunos alcaldes del PP. Los daños colaterales pueden ser tremendos. Y está por ver qué hará un Alfonso Rus fuera de control.

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