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Francisco Esquivel

Desde Santa Cruz

Henry Reitan, mozo noruego de la tercera hornada de entusiastas de la guitarra abrazados al máster ideado entre nosaltres, arrancó a los acordes del maestro Rodrigo. En la ermita de Santa Cruz y sonando Junto al Generalife, casi ná. Como el chaval ha nacido en Bergen -por una letra no calca la serie política de culto-, la jornada prometía. Junto a él otro alumno llamado Trillo, pero no se asusten porque lo que manejan sus dedos son las seis cuerdas de rigor mientras la serenata que toca es lo opuesto a meterse por el cuerpo ni siquiera michirones y menos aún otro tipo de conciertos, preferentemente con constructoras.

La mañana era de lujo. Lo digo por el calendario que desparrama estas citas en buena parte de la provincia no estando el horno para prescindir de un buen rato en compañía de Bach. Y para dar fe de ello, entre los presentes, la hija del profesor José Tomás, gran referencia e inspirador en buena parte de esta iniciativa. El silencio en el interior contrastaba con el bullicio de críos jugueteando fuera, lo que fue superior a las fuerzas de la mujer de Ignacio Rodes, quien salió dispuesta a evangelizarlos obteniendo unos resultados que no son para echarlos en saco roto por si algún día nuestros próceres se toman el botellón en serio y piensan en una comisaria. Más abajo, un grupo de vecinos andaba dedicado a preparar el decorado del fin de semana en el que las calles se transformarán en Londres no se sabe si por devoción o por la poca cuenta que se le echa al barrio por excelencia. Entre adagios y miniaturas tuve tiempo de extasiarme en la talla de Castillo Lastrucci que, tras los concertistas, presidía la sesión. Y como la mente es muy suya oía al Señor del Descendimiento disfrutar relajado de la velada al quedarle un año para volver a salir. Juraría que dijo si es que es inútil bajar para el Ayuntamiento. Hasta Dios lo sabe

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