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Juan José Millas

Latas de mejillones

En Cuba se abre un mercado. Es lo que deducen mayormente los analistas económicos, que son los analistas por antonomasia, signifique lo que signifique antonomasia. Si yo tuviera una abuela en Cuba, pensaría que lo que se abre por fin es la casa de mi abuela. Pero la casa de mi abuela es un mercado. Hay que venderle enseguida un frigorífico. Los exiliados con posibles empiezan a enviar dinero a sus parientes de la isla para que compren pisos. Significa que ha comenzado la especulación inmobiliaria. El mundo como mercado, la historia como una historia de los mercados, el amor como una forma de intercambio capitalista. Quizá sea así, carezco de autoridad para desmentirlo, pero dónde quedan las mentes ingenuas que se asoman al mundo sin buscarle esa rentabilidad. ¿Quién hablará de ellas, quién contará su historia o enumerará sus (nuestras) perplejidades?

Hay empresarios tan astutos que ven mercado donde a nadie se la habría ocurrido. Fíjense en la patronal conservera, que pretendía pagar el 30% del jornal de sus asalariados en latas de mejillones. Debió de suceder así: un día, después del café, el dueño de una fábrica se asomó a una de sus naves de producción. Desde el puente de mando, vio a toda esa gente introduciendo las sardinas en las latas, y se dijo: Aquí hay un mercado, yo puedo obligar a estos trabajadores a que se gasten la tercera parte de lo que les pago en las conservas. Podría parecer un cálculo mercantil, pero fue una revelación mística semejante a la que está ocurriendo en EE UU con la apertura de Cuba. Un mercado, aquí hay un mercado.

El problema de contemplar la vida como un mercado, y solo como un mercado, es que los propios consumidores acaban siendo la mercancía. Se borra, en fin, la frontera entre una cosa y otra, que es uno de los fenómenos asociados al apocalipsis. Si en Cuba, tal como se anuncia estos días, se abre un mercado, los cubanos serán la primera mercancía. Compraremos y venderemos cubanos y cubanas como el que compra y vende colmillos y colmillas de elefante. La mercancía, con frecuencia, no tiene conciencia de mercancía. Eso es justamente lo que está desapareciendo, la conciencia, de ahí que la patronal, conservera o no, se atreva a lo que viene atreviéndose. Cuba, un mercado.

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