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Después de la Revolución

Los «Zapatistas tours» ya no son tan frecuentes. Me refiero a aquellas visitas a la selva lacandona por parte de los que, al no saber hacer la revolución en su país, iban a ver cómo se estaba haciendo en Chiapas. Tengo fotos de colegas mirando arrobados al Sub como si se tratase de un santo. Los «Cubana tours» (me refiero a los políticos, no a los sexuales) parece que se mantienen y bajo la misma lógica que los mexicanos: una devoción, no exenta de frustración, con que se aplauden todos los logros y se ocultan todos los fallos (al ser obra humana, seguro que tiene ambos). Con los bolivarianos la cosa no ha sido tan visible, aunque asuntos de políticos relacionados con aquella zona hayan tenido un eco desproporcionado en España. En general, se ha confundido la colaboración prestada desde aquí con los «tours» a los que me acabo de referir. Los ha habido, claro. Pero no al mismo nivel.

El problema de las revoluciones es que no conviene evaluarlas en el momento de su triunfo. Tampoco la de «los claveles», 25 de abril. En esa etapa, todo parece ir bien y predomina el entusiasmo y la dedicación que se trasmiten al turista que se acerca a contemplarlo mientras piensa en que qué pasaría en su país de origen si se pudiese producir tal enardecimiento. Tal vez sin tantos turistas (aunque haberlos, los hubo), las grandes revoluciones también necesitaron tiempo para ser comprendidas. La Grand Révolution francesa de 1789, la mexicana de 1910, la Revolución de Octubre del 1917 ruso, hasta la boliviana de 1952 y el «Otoño de las Naciones» de 1989, por poner algunos casos, fueron objeto de exaltación y odios que, con el tiempo, han dado paso a visiones más tranquilas y sosegadas sobre lo sucedido y su alcance.

No son de fiar las cosas que se dicen durante el triunfo de las revoluciones. Por eso no viene mal tomar con algo de parsimonia los anuncios de revolución, aunque no para oponerse a ellas (de la lista anterior, hay muchos casos que, contra todo pronóstico, trajeron mejoras para las poblaciones afectadas). Esta distancia crítica tendría más que ver con evitar el penoso sentimiento de frustración que se produce cuando los revolucionarios «de base» comparan sus esfuerzos con lo realmente conseguido. Todo ello sin llegar a la Rebelión en la granja, de Orwell, sobre qué sucede con los líderes de la Revolución y cómo se diferencian de sus bases, no de sus antiguos opresores.

Estoy viendo estos días curiosos artículos sobre Syriza y Podemos. Los hay cautos que anunciaban la dificultad de conseguir, simultáneamente, tres objetivos para el partido griego: mantener el apoyo popular, acabar con la austeridad y seguir en el euro. Lo que esta corriente acababa diciendo es que tendrían que renunciar a, por lo menos, uno de los objetivos. Pero los que son pertinentes para la presente colaboración son los que, en lenguas extranjeras, se entusiasmaban con las posibilidades de Syriza de acabar con el neoliberalismo dominante en la Unión Europea o, poniéndolo en términos más concretos, acabar con el dominio alemán en general y de sus bancos en particular (instituciones que la clase política alemana está dispuesta a defender por encima de toda sospecha). Se anunciaba, con Syriza, una revolución en la Eurozona y, con ella, en la Unión Europea y, con ella, en el mundo entero.

Para este último punto, se levantaba acta de la cantidad de movimientos políticos relevantes en medio mundo que anunciaban una nueva era más igualitaria, más respetuosa con el medio ambiente y más democrática. Y, claro, entre esos movimientos estaba Podemos en las Españas o Tiempo de Avanzar en Portugal.

Repasando lo que he podido leer de lo que se ha escrito al respecto fuera de España, incluyendo la visita del líder máximo a los Estados Unidos en general y al simbólico Wall Street en particular, salta a la vista, antes que nada, la fascinación de aquellos medios por la novedad. Lo distinto mola: no va disfrazado de político sino de sí mismo (siempre que nos vestimos, nos disfrazamos, y, a veces, sin necesidad de vestirnos); un lenguaje alternativo (no necesariamente novedoso) ayuda; y si las encuestas le dan buenas perspectivas para las próximas elecciones generales, pues miel sobre hojuelas.

Ilusionarse con la revolución ya producida es frecuente (excepto para los que las pierden, claro). Ilusionarse con la revolución producida fuera de las propias fronteras, también (excepto etc.). ¿La por producirse dentro de las fronteras? Pues con cautela.

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