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Juan José Millas

Descripciones y órdenes

En la expresión «economías periféricas» se trenzan lo literal y lo metafórico. O se enredan, porque la trenza, al contrario que el enredo, se obtiene de un entretejido ordenado. Significa que las economías periféricas lo son porque pertenecen a los países más exteriores del conjunto, pero también a los más pobres. Así que cuando en Europa, ahora mismo, se habla de las economías periféricas viene a ser como mencionar una carretera de circunvalación de la gran urbe. Desde ella se aprecian los asentamientos de uralita, los cementerios de personas y de automóviles, los conocidos como supermercados de la droga... Las carreteras de circunvalación nos evitan sufrir los semáforos y sortear los atascos típicos del centro, pero nos ponen en contacto con el borde de la realidad. En esos bordes, las ratas y los niños comparten la comida y la alcoba y surgen enfermedades que creíamos erradicadas (la polio, sin ir más lejos).

Países como Grecia, Portugal y España somos periféricos en los dos sentidos apuntados, de ahí el gesto de superioridad como el que somos observados desde Alemania y adláteres. La pregunta es si cada vez que un líder centroeuropeo nos nombra como economía periférica está haciendo una descripción o nos está dando una orden. Si su deseo, en fin, es que sigamos siendo suburbiales. Un modo de serlo consiste en vivir, exclusivamente, del turismo y la construcción. Ustedes, vienen a decirnos, en la periferia tienen sol y playas: limítense a ser buenos camareros (como los que describía con su desparpajo habitual Cañete) y construyan buenos bungalós para cuando nuestros científicos y empresarios acudan de vacaciones.

Hay descripciones que son órdenes. Pensemos en las encuestas preelectorales: muchas de ellas, bajo la apariencia de una predicción, suelen esconder un mandato: vote a usted a Fulano o Mengano. Hablamos de órdenes dirigidas al subconsciente, que son las más eficaces porque ni siquiera las percibimos como tales, igual que cuando se dice muchas veces de un hijo: «este niño es tonto». Probablemente, para no decepcionar a mamá acabe siéndolo. Cada vez que escucho hablar a mamá Lagarde o a mamá Merkel, me siento más periférico, en todos los sentidos. Y más tonto.

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