En el momento que escribo estas líneas (domingo), los medios de comunicación de la UMH (noticias y TV) son los únicos que, de manera incomprensible, no han recogido la huelga que afecta a las cafeterías del campus de Elche. Tampoco las concentraciones del jueves 26 y viernes 27 han sido un éxito de convocatoria, pese a los correos enviados desde el Comité de Empresa y los cuatro sindicatos con representación laboral en la UMH. Apenas un par de menciones en las redes sociales y una veintena de personas, entre las que resultaba espeluznante el misérrimo número de clientes de la cafetería (es decir, de profesores, personal administrativo y estudiantes), dan muestra de la escasa importancia que en la UMH le damos a un conflicto laboral que afecta a trabajadores que llevan 14 años entre nosotros. ¿Podría esto indicar algo de la situación de la universidad pública española en general y de la UMH en particular?

La sabiduría popular afirma que las comparaciones son odiosas y, quizás, no le falte razón. No obstante, cuando las comparaciones se realizan sin animus injuriandi son el mejor instrumento para comprender qué es lo que pasa. Detengámonos un momento en las tres concentraciones que, esta pasada semana, se han convocado en la UMH.

El martes 24 la convocatoria de huelga contra el conocido Decreto 3+2 concitó el interés de casi toda la universidad, y la masacre perpetrada por el copiloto de Germanwings provocó el unánime rechazo de todas las gentes sensatas. Como debía ser ambos casos tuvieron una considerable cobertura informativa de la UMH (radio, prensa y televisión), y han contado con una importante presencia de estudiantes, personal de administración y servicios, profesores y miembros del equipo de gobierno saliente/entrante.

Forzando un poco las teorías de Victor Turner y Mijaíl Bajtín, que trazan el continuum de los aspectos rituales y los lúdicos para comprender las expresiones socio-culturales, las tres convocatorias se colocan en distintos planos de la realidad de acuerdo con su performatividad. En un extremo de ese continuum, el Rector de la UMH encabeza el miércoles 25 el minuto de silencio amparado por el RD 215/2015 que decretaba tres días de luto oficial en todas las administraciones públicas por la tragedia aérea de los Alpes. El silencio se escenificó en el interior de la sede del poder administrativo de la UMH (edificio del Rectorado y del Consejo Social) y, según recoge UMH-TV, también en el Aula Magna de la Universidad momentos después. La convocatoria del martes 24 contra el Decreto 3+2 ofrece una apariencia «menos» rígida. La ubicación en las escaleras de Altabix, la pancarta reivindicativa y la distribución de octavillas explicativas, la activa participación de algunos estudiantes recorriendo el interior del edificio altavoz en mano y gritando consignas, así como la numerosa presencia de profesores, miembros del equipo de gobierno y personal de administración y servicios, presentan lo que cualquier observador puede identificar como la típica protesta universitaria.

El tercer caso, el de la concentración de las trabajadoras de las cafeterías de Altabix y La Galia, también responde a un modelo. Unas puertas de acceso al centro de trabajo bloqueadas con cinta adhesiva y unas pegatinas que en rojo gritan la palabra «huelga», sindicalistas con emblemas y banderines del sindicato convocante, la pancarta y las octavillas reivindicativas, y las consignas contra la explotación de los trabajadores. Lo habitual. Sin embargo, es precisamente en lo habitual y en lo normal donde debemos poner nuestra mirada para ver cómo se produce y reproduce ese orden de cosas y gentes que llamamos realidad; y, sobre todo en nuestro caso, para comprender cuál es la función de la universidad y plantear qué otra podría ser.

No estoy en contra del 3+2 porque yo niego la mayor: los procesos de externalización de la enseñanza. O expresado con otras palabras: siempre que siga siendo pública y gratuita, no me parece descabellada una ordenación académica que, en esencia, lo que haga sea poner nuevos nombres a la vieja idea de los tres años comunes y los dos de especialización (i.e. diplomaturas, «cursos puentes» y licenciaturas) bajo la que tantos nos hemos formado. Lo que sí debe llamar la atención es que solo se produzca la «oposición ritual» y la reivindicación del carácter público de la universidad cuando se afecta a lo académico (subida de tasas, 3+2...), y que, convocatoria electoral tras convocatoria electoral, se siga confiando el futuro a aquellas opciones políticas que abogan por el desmantelamiento del estado del bienestar recurriendo indiscriminadamente a la externalización de los servicios públicos (sanidad, educación, servicios sociales...). Es como si no terminásemos de explicar a los estudiantes que el 3+2 o la subida de tasas no son tan independientes de los conflictos laborales que se suceden en la universidad como pudiera parecer.

Una incongruencia que me lleva a plantear, semiológicamente por supuesto, que quizás nuestro compromiso con el entorno margina los aspectos sociales y éticos que distinguen el quehacer universitario. Estoy cansado de oír por activa y por pasiva que la universidad debe implicarse para satisfacer las demandas de la sociedad que la financia pero, sin embargo, cuando esas demandas se presenta en un local anejo situado al final de la rampa de la escalera de Altabix, entonces esas demandas carecen de interés para la comunidad universitaria. No puedo evitar entonces recordar a mi antiguo profesor de prehistoria cuando afirmaba que una de las peores creaciones de la tradición judeo-cristiana fue la idea del prójimo, y sentenciaba con aquella voz poderosa: «porque es al próximo y no al prójimo al que debemos atender».

Por esto, cuando en la UMH aceptamos sin recato la explotación de los falsos profesores asociados sabiendo que difícilmente consolidarán una trayectoria académica seria y no planteamos nada para dignificar su situación -siquiera simbólicamente-, cuando aceptamos que los profesores contratados no cobren ni quinquenios ni sexenios o que sus votos valgan menos que los de sus compañeros funcionarios, cuando admitimos las sutilidades al personal de administración para que haga esto o aquello, cuando vemos que nuestros estudiantes de periodismo no se rebelan contra la desinformación y solo protestan cuando expulsan a algún lejano presentador de televisión privada, cuando vemos que los estudiantes de ciencias ambientales no llevan a cabo ningún campaña radical contra esa falta de civismo que ensucia los lugares de esparcimiento en el campus, cuando ningún estudiante de relaciones laborales o de derecho se ha acercado a indagar qué pasa con las contratas de la cafetería, reprografía, consejería o limpieza..., cuando nada de eso ocurre es que, simplemente, o no estamos haciendo bien nuestro trabajo en la UMH o no nos preocupa -tanto como decimos- la formación integral del estudiante y nos limitamos a ofrecer una formación para mano de obra cualificada.

Si en la universidad española en general, y en la UMH en particular, dirigimos nuestro quehacer solo en función de los criterios que recogen las clasificaciones internacionales de universidades y olvidamos nuestra responsabilidad ética y social para con los próximos, estamos -y aquí plagio el reciente correo de un compañero- empobreciendo el sentido de nuestra existencia porque cercenamos la razón de ser de una institución que pretende la emancipación del ser humano a través del conocimiento, y que declara la responsabilidad social entre sus valores fundacionales.