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No tan extraordinaria

Un año más, más de lo mismo. El Ebro se ha vuelto a desbordar -crecida extraordinaria dicen, recurriendo al eufemismo- anegando miles de hectáreas, arruinando a cientos de agricultores y provocando la desolación en las familias que ven perder sus recuerdos al inundarse sus casas en Aragón y Navarra. A más de uno en Alicante seguro que las imágenes de la furia del río más caudaloso de España les habrá provocado una sonrisa irónica. Los mismos que durante décadas han negado en Aragón el trasvase al Mediterráneo, donde parece que sólo queramos el agua para regar campos de golf (demagogia pura) se «ahogan» en sus propias aguas.

Pues no, las imágenes no son agradables para nadie y nadie puede alegrase del mal ajeno. Todo lo contrario, las imágenes de esta crecida extraordinaria -tan extraordinaria no será, por otro lado, cuando ya se ha producido tres años en la última década- obligan a reflexionar a una Administración que, independientemente del color político, ha sido incapaz hasta ahora de interconectar el Ebro con el Mediterráneo. Posibilidad que comenzó a gestarse en los tiempos de la convulsa República, cuando el ingeniero de Caminos Lorenzo Pardo dibujó el primer trazado. Pronto se cumplirá un siglo de aquel proyecto y seguro que el Ebro habrá vuelto a salirse varias veces, y en Alicante, Murcia y Almería los agricultores seguirán mirando cada mañana al cielo viendo el sol e iluminados por esa luz que permite tres cosechas al algo.

El sol no se puede trasvasar de un lugar a otro. El agua sí. ¿Por qué de una vez por todas el agua, como la luz, que sí se mueve de un lado para otro, no se considera un asunto de Estado? De momento, los telediarios vuelven a abrir con el Ebro mojando el manto de la Virgen del Pilar. Que no se constipe. Y, mientras, la ministra García Tejerina, la misma que la semana pasada volvió a hablar del posible trasvase del Ebro durante una visita a Valencia, ayer se quedó muda y recurrió a lo recurrente para explicar el desastre, al cambio climático.

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