El pasado año vio la luz uno de esos libros que por mérito propio es ya considerado una de las obras más importantes de las ciencias sociales de las últimas décadas, el trabajo de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI. Fruto de quince años de investigación, Piketty y su equipo han realizado un trabajo descomunal para elaborar 75 bases de datos económicos distintas que abarcan los últimos 200 años sobre una veintena de países, sistematizadas desde The World Top Incomes Database, constituyendo el trabajo historiográfico más importante hasta la fecha de una parte sustantiva de la economía mundial. Y es mediante este arsenal empírico apabullante, como Piketty realiza un análisis pormenorizado sobre la evolución de la riqueza y las desigualdades en los principales países desarrollados.

La tesis fundamental de este libro sostiene que el rendimiento del capital (r) ha sido sorprendentemente estable a lo largo de la historia, en torno al 5%, mientras que la tasa de crecimiento económico (g) ha oscilado entre el 1 y el 1,5%. De esta forma, se habría producido un aumento sostenido de riqueza y una progresiva acumulación de patrimonios privados, frente a unos crecimientos en la producción y en los salarios mucho más bajos, anulando así el efecto redistributivo y abriendo al mismo tiempo una brecha cada vez mayor de desigualdad en las sociedades occidentales.

Dos momentos históricos habrían roto estas dinámicas, los períodos inmediatamente posteriores a las dos grandes guerras mundiales y las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando emergió una clase media como consecuencia de las políticas redistributivas llevadas a cabo que se impulsaron en muchos países occidentales en reconstrucción, mediante una fiscalidad progresiva acompañada de la extensión de la educación, la atención sanitaria, pensiones, seguros de enfermedad y desempleo, generando así una profunda transformación social.

Sin embargo, las políticas neoliberales y de desregulación financiera impulsadas por Reagan y Thatcher desde los años 80, junto a las políticas austericidas aplicadas desde el inicio de la crisis, han acelerado una distribución enormemente desigual de la riqueza que ha alcanzado, a juicio de Piketty, niveles tan inadmisibles como desestabilizadores para la humanidad.

Piketty derrumba algunos mitos neoclásicos, criticando los fundamentos de una economía que alimenta formidables procesos de acumulación para ese capitalismo patrimonial que dinamita los principios de justicia social y democracia. Precisamente por ello, Piketty llama la atención sobre la urgencia de adoptar medidas que rompan este proceso de desigualdad tan demoledor que está poniendo en peligro incluso la paz y la estabilidad mundial, proponiendo un impuesto global progresivo sobre el capital, los activos inmobiliarios y las rentas de la población más rica.

El autor ha tenido el acierto de colocar en el centro de debate mundial el problema de la desigualdad con una enorme lucidez y brillantez intelectual, algo que ya venía siendo objeto de estudio por otros investigadores, pero que ahora centra las preocupaciones de distintas instituciones internacionales por su extensión y gravedad en países como España, que destaca en Europa como el Estado donde más ha avanzado esta desigualdad de la mano de la crisis y las políticas aplicadas, situándonos como el segundo país europeo con mayores tasas, según Eurostat.

Alicante tiene también niveles muy altos de desigualdad, tanto en términos de renta disponible, como en servicios y oportunidades, algo que toma cuerpo en una fractura creciente entre la población que vive en los barrios ricos y la población que vive en los barrios pobres de la capital, alimentando un malestar creciente y una ruptura de la cohesión social. Siendo como es un proceso estructural y multidensional, la gravedad de este fenómeno se ha convertido en uno de los problemas más importantes en Alicante, al determinar el presente de muchas personas y condicionar su futuro. Al mismo tiempo, esta desigualdad marca la evolución y las condiciones de vida en muchos barrios de la ciudad, con el agravante del crecimiento de las bolsas de pobreza en barrios y sectores sociales debido al efecto devastador de la crisis.

Ayuntamientos como el de Barcelona realizan un informe anual sobre desigualdad en los barrios de su ciudad, que además de servir para conocer la evolución y profundidad del fenómeno, permite orientar inversiones y dispositivos para amortiguar sus consecuencias. Sin embargo, a pesar de que algunos llevamos años llamando la atención sobre la gravedad de este problema, ni siquiera el concepto de desigualdad forma parte del vocabulario de nuestro Ayuntamiento, como si negando su existencia se terminara con él. Y tampoco parece, por las declaraciones de algunos partidos de la oposición, que tengan conciencia de su relevancia a la hora de articular políticas integrales que superen las propuestas microscópicas de escaso recorrido hasta ahora anunciadas, más pensadas para buscar titulares, que para dar respuesta a fenómenos estructurales de envergadura. De manera que podemos encontrarnos con que, mientras a nivel mundial la desigualdad aparece como una de las mayores preocupaciones globales, en Alicante se siga ignorando. Tendremos que pedir a Piketty que venga a nuestra ciudad para tomar conciencia de su importancia. @carlosgomezgil