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Francisco Esquivel

Bajo la emoción

Si tras treinta ediciones algo ha quedado contrastado es que, para los Importantes, este reconocimiento supone una satisfacción por lo realizado y un estímulo de cara a desafíos venideros. Pero no solo para ellos. La jornada en que toca llamarlos representa, dada la reacción de los destinatarios, un chute de adrenalina, algo de agradecer sobre todo en ciclos tan jodidos como el actual.

La acogida de los premiados siempre ha sido conmovedora, pero es posible que este año se hayan batido todos los registros, sin dejar de reconocer que por aquí dentro hemos andado especialmente sensibles dada la entrada en la treintena de esta iniciativa de mediados de los ochenta destinada a resaltar el esfuerzo de quienes nos rodean y, no nos engañemos, a dejar caer que en el fondo tampoco somos tan malos.

De los que en esta ocasión me tocó en el reparto, destaco a todos porque son verdaderos baluartes del tejido social, incluso del apostólico y romano, a lo que hay que añadir un componente que los hace indestructibles: la humildad. Pero con permiso del resto y aprovechando que la confianza da asco, he de destacar la calidez con la que recibió la comunicación la única persona con la que nunca había hablado y que reside fuera: la realizadora alicantina Pilar Pérez Solano.

En el largometraje documental que ha cogido el relevo del Goya a Las maestras de la República, Paco de Lucía cuenta que cuando le preguntaban cómo era ese ser tímido e inescrutable llamado Camarón, él contestaba: «Alguien que canta así cómo va a ser mala gente». De igual modo, no hacía falta conocer a Pilar para saber que alguien que ha rescatado ese sueño cercenado devolviendo a sus protagonistas la dignidad de la forma que lo ha hecho, sólo puede ser, además de excelente cineasta, una persona bien nacida. A cuál, claro, más importante.

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