Los responsables políticos y técnicos de la política cultural en los municipios, tienen la obligación de avanzar en la formulación de un proyecto cultural que responda, por un lado, a otra manera de entender la cultura y la acción cultural como algo vinculado a la historia y la realidad concreta de los pueblos, a su vida cotidiana y a su proceso y desarrollo, y como una acción colectiva que requiere de la más plena participación posible de la población. No es una forma cualquiera de concebir la cultura, sino aquella que mejor responda a los ideales y al modelo de sociedad y de convivencia que se propone desde la acción política. Pero, además, estos principios responden, también, a criterios de eficacia, rentabilidad social, a la necesidad de aprovechar mejor los recursos y no dispersar esfuerzos, a la exigencia de una mejor gestión, más coordinada, más eficiente, etcétera.

Probablemente, que esta propuesta no sea el camino más fácil para llevar a cabo las políticas culturales, porque el camino más corto y menos comprometido es programar y ejecutar las acciones sin tener que contar con otras voces y opiniones. Esta otra manera de plantear la acción cultural exige mayor imaginación, mayor esfuerzo de comunicación y consenso con la población, en general, y con los grupos y asociaciones, en particular. Obliga a poner mayor acento en los aspectos organizativos, pero tanto desde un punto de vista metodológico, como desde la perspectiva de la eficacia, no caben muchas dudas sobre la coherencia de estos planteamientos; y esos deben ser motivos suficientes para mover una determinada voluntad política.

En todo caso, el obstáculo fundamental para remover las políticas culturales, la otra manera de entender la cultura y la acción cultural, puede ser, quizá, particularmente en estos tiempos de cambios y transformaciones sociales la falta de modelos, la ausencia de criterios y referencias para saber como hacerlo. Se necesita reflexionar mucho más, analizar la experiencia acumulada en estos años pasados para rescatar todo lo bueno que en ella hay e identificar las limitaciones y carencias, que también existen. Se necesita mejor formación, más y mejor, y contar con instrumentos que ayuden a todo ello. Por eso hay que orientar políticas culturales en municipios, abriéndoles nuevas perspectivas. Y querer, así mismo, acompañar esas iniciativas con el apoyo formativo necesario para que puedan capacitarse aquellas personas, técnicas o miembros de colectivos y asociaciones, que en cada población deben y pueden contribuir a organizar la vida cultural, porque son otros tiempos.

Las políticas culturales llevadas a cabo por las administraciones en el ámbito municipal han puesto su acento principal, durante los últimos años, en la ampliación de la «oferta cultural», en facilitar el acceso a los «bienes culturales» a sectores cada vez más amplios de población, pero cada vez menos accesibles, por la situación de crisis y recortes injustificados en el campo de la cultura.

Junto a los avances evidentes en cuanto a la «democratización de la cultura», continúan existiendo lagunas importantes en las que han sido llamadas «políticas de democratización cultural», esto es, en la promoción del protagonismo activo de los ciudadanos en los procesos de producción cultural y social.

Es cierto que, con mayor o menos éxito, se han realizado algunas iniciativas en este sentido, pero parece necesario un nuevo impulso que refuerce o consolide lo iniciado y abra nuevas perspectivas en el desarrollo sociocultural de la comunidad.

La cultura es, desde la perspectiva de la «democratización cultural», algo vivo que se construye colectivamente en el acontecer cotidiano de un pueblo o una comunidad, convirtiéndose en expresión de su «identidad», formando parte esencial de su vida.

Cultura son los valores, criterios, aspiraciones y sueños, modelos, hábitos sociales y costumbres, lenguajes, símbolos e imágenes, formas de interpretación de la realidad, modos de expresión y comunicación, formas de relación social, etcétera, que, en su conjunto, dan cuenta en la manera en que un pueblo o una comunidad entiende la realidad y se relaciona con el mundo, con su entorno.

En la medida que alentamos o promovemos la «participación cultural» de los miembros de un pueblo o una comunidad, de sus hombres y mujeres, estimulando su creatividad e imaginación, incentivando su conocimiento e interpretación de la realidad, favoreciendo su expresión individual y colectiva, fortaleciendo los procesos de comunicación y relación, etcétera, estamos contribuyendo a su desarrollo, en todos los órdenes de la vida, y reforzando su «identidad» colectiva y su capacidad de responder a las necesidades del presente y los desafíos del futuro. La participación es condición necesaria para la «construcción colectiva de la cultura», para que los hombres y mujeres pasen de ser meros «consumidores pasivos de la cultura» a protagonistas activos de la vida cultural o social de su comunidad.

El ámbito preferente de estas «políticas de promoción y dinamización sociocultural» es, sin duda, el municipio, el territorio natural donde se desenvuelve la vida de la comunidad. Es necesario empezar por impulsar iniciativas concretas, que produzcan resultados concretos y que, como consecuencia, refuercen la motivación de aquellos que pueden intervenir en mayor medida para dar continuidad a estas políticas.