El hiperrealismo, movimiento artístico iniciado en los años 60 del siglo pasado, trasciende la realidad -tal como la puede percibir el ojo humano o reflejar la fotografía- y la modifica. El resultado es la creación, desde el punto de vista pictórico en nuestro caso, de nuevas concepciones del objeto y los espacios, que provocan en el espectador asombro al contemplar algo inusual, diferente, en el resultado. Al igual que el microscopio o el telescopio han permitido conocer en nuestro tiempo microcosmos y macrocosmos ignotos, hasta el momento imperceptibles, la fotografía ayuda al artista -en su encuadre y captación de los detalles- a la investigación y plasmación de una realidad diferente, en el caso de la obra que presentamos, de efectos surrealistas o abstractos.

Luis Clemot expone al público (Club NFORMACIÓN hasta el 1 de marzo) en esta ocasión vistas de edificios históricos, principalmente de la geografía alicantina, fragmentos arquitectónicos y escultóricos (columnas y relieves), detalles de puertas con aldabones y cortezas de árboles. Un universo pictórico impactante, innovador en la elección de algunos de estos asuntos, que no es otro que el del propio Luis Clemot, de su personalidad, principalmente de su estado anímico de soledad o quietud. Lo advertimos en sus cuadros sobre templos, en cuyos ámbitos ha desterrado cualquier presencia humana (no hay transeúntes, coches, cualquier indicio de actividad), son atemporales, aunque reflejen el paso del tiempo con la presencia de nubes que transitan sus cielos o el juego de luces y sutiles sombras que matizan las fachadas.

Los fragmentos de puertas y sus picaportes, ejemplos del arte de la herrería de otras épocas, inciden en una sensación de calma que trasciende los siglos. Como la materia inanimada de sus fustes y relieves escultóricos, donde se advierte el transcurrir de los años en sus desconchados y deterioro.

Asombrosa, por sus efectos pictóricos, es la serie que Luis Clemot dedica a cortezas de árboles, captados con la minuciosidad y detallismo de un orfebre -como las aldabas -que al presentarse descontextualizados dan la sensación al espectador de estar observando fragmentos de abstracción. Hiperrealismo paradójicamente abstracto, si bien la abstracción -en algún lugar lo he escrito- es otra realidad concreta al mostrar detalles de la naturaleza aún no percibidos, no integrados en la experiencia visual humana. Por eso, como escribiera Oscar Wilde, la naturaleza imita al Arte; esto es, el artista descubre en la naturaleza y enseña a ver nuevos aspectos antes ignorados o desapercibidos. Al igual que no podemos pensar algo que no existe, tampoco podemos plasmar lo que la realidad no ofrece. Luis Clemot, por tanto, cualquier artista, lo es cuando inventa e inventar no es crear algo de la nada, sino revelar lo que está y nadie se ha fijado. El mundo está ahí, pero hay que descubrirlo. Luis Clemot halla nuevos mundos y nos los muestra.

En sus cuadros se advierte su formación como delineante (Luis Clemot tiene ojos de arquitecto), en la importancia que concede al dibujo geométrico. En el sabio empleo del color -sus variados y fieles matices- y en la sutil captación de la luz, se revela la maestría académica de un Licenciado en Bellas Artes. El resultado es una obra de asombrosa belleza plástica.

Si bien en anteriores ocasiones Luis Clemot sintió atracción por el mar humanizado -paisajes de puertos con barcos y muelles- o vistas urbanas, bodegones y otros asuntos, ahora su sensibilidad ha reparado sólo en edificios y portadas significativas del Renacimiento y Barroco de las provincias de Alicante y Murcia, aislando algunos de sus componentes -torres, columnas, aldabas- como un pintor que analiza la arquitectura, como hace un entomólogo con los insectos, y la construye de nuevo en sus cuadros, mostrando su esencia, sus silencios.

Somos muchos los que valoramos la obra de Luis Clemot por su coherencia, verdad y sinceridad. Y sabemos, aunque no sea objeto de atención de las lenguas que alimentan a veces una falsa fama, que es, sin lugar a dudas, un punto de referencia ineludible dentro de la pintura española hiperrealista o del realismo contemporáneo.