Con un rosario de citas electorales por delante, a corto y medio plazo, ¿de qué se habla en el espacio público? No es una pregunta retórica, aunque pudiera parecerlo. Pensemos en qué contenidos políticos predominan en los medios de comunicación, en estos meses de singular trascendencia para definir la voluntad del votante. Invariablemente, lo que no sale en los medios no está en el mundo y, a partir de ahí, la agenda mediática condiciona el debate social. Pero hay asuntos que se quedan fuera de esa agenda, sin alcanzar notoriedad, porque los medios deciden concederles nula o escasa importancia. Muchas propuestas valiosas permanecen en el desconocimiento porque no consiguen difusión. Tal vez esto responda al convencimiento de que ese tipo de cuestiones no despierta el interés de su audiencia; y será cierto, como es evidente que los temas de gran despliegue periodístico acaparan la atención general. No lo juzgo, es una realidad a tener en cuenta.

La ley de la oferta y la demanda también funciona en el comportamiento de los medios de comunicación; al fin y al cabo, son empresas que proporcionan a sus clientes la información que les solicitan, mientras procuran no tener que cerrar, por pérdidas. Podemos es un tema estrella, principalmente, porque la sociedad quiere saber más de algo nuevo y sus asuntos condicionan la agenda informativa. Un ejemplo: ya no se discute sobre las ventajas e inconvenientes de la democracia directa frente a la representativa. A partir de las movilizaciones de 15M, y del tan coreado eslogan de «no nos representan», abundaron las tribunas orientadas a poner en tela de juicio la raíz del sistema vigente. Las buenas perspectivas electorales de Podemos parecen haber determinado la aceptación, generalizada, de la representación como forma de articular la acción política. Ahora, Errejón, en una reciente entrevista (en el digital ctxt.es), nos aclara que ellos no tenían dudas al respecto. Que algunos, erróneamente, quisieron oír «no nos representen», con «e» -lo que hubiera supuesto cuestionar el poder de decisión que delegamos-, frente al grito que únicamente manifestaba «éstos no nos representan». Como artificio oratorio no está mal, pero si las encuestas les pintaran bastos seguiríamos debatiendo sobre los vicios del sistema representativo.

Bendecida la democracia representativa, el objeto de las preocupaciones se trasladó hacia el mecanismo de selección de candidatos. Mal que nos pese a algunos, se está haciendo de la política una cuestión de «personalidades», en detrimento del protagonismo de las ideas o de los programas. Consecuentemente, lo que importa es ver quién sale, en lugar de qué va a hacer o cómo lo piensa hacer. Ya sea por esto, o porque tiene más venta hablar de enfrentamientos personales que de disquisiciones intelectuales, la verdad es que de los partidos sólo trascienden noticias relacionadas con conflictos en torno a las primarias y poco más. El tema da para más en los casos de coaliciones, donde se deben idear procedimientos para corregir las primarias sin que se distorsionen las negociaciones previas entre grupos. Los resultados están ahí para el que no quiera cerrar los ojos: la participación en toda clase de elecciones primarias resulta ínfima, comparada con los votantes de cada opción. Hemos asistido a espléndidos ejercicios de movilización de los aparatos o grupos orgánicos internos y los votos contabilizados han reflejado, fielmente, la correlación de fuerzas existente en el seno de cada organización. Los ciudadanos han dado la espalda a la participación en estos procesos y no se ha producido ninguna sorpresa digna de reseñarse. En el caso de Podemos, las facilidades de participación que ha supuesto el uso de internet, han permitido el refuerzo del control por parte del aparato central. Algo normal si tenemos en cuenta que, excepción hecha de los círculos de activistas más comprometidos, la gente sólo conoce a los que salen en la tele. La intervención de Iglesias ungiendo a sus candidatos internos en cada Comunidad Autónoma ha sido mano de santo y su control de la organización es prácticamente total.

Últimamente, casi toda la información relativa a los partidos situados más a la izquierda gira en torno a una incesante actividad multi-asamblearia, enfocada a decidir con qué fórmula van a concurrir a las elecciones y cuál va a ser el papel de cada sigla -o cada personaje- en el resultado final. De momento, la voladura de IU en Madrid ha sido lo más comentado.

Mientras, en el PP, donde no hay primarias ni fórmulas participativas de selección, los enfrentamientos personales se producen sin el ropaje de procedimientos que enmascaren la lucha por el poder. Es una disposición que les permite mantener, en público, el discurso de la unidad; aunque los navajazos internos resulten espeluznantes y trasciendan a la calle en muchas ocasiones.

Visto lo visto ¿cómo van a suscitar interés las cuestiones políticas de fondo, si los actores públicos siempre aparecen enzarzados en asuntos que sólo afectan a su propio estatus? Así que, no profundizando en las propuestas programáticas -o ante la deliberada ausencia de programa, como sucede con Podemos-, todo se reduce a la credibilidad que nos despiertan los diferentes liderazgos. Parece que estamos limitados a escrutar la personalidad y andanzas de los protagonistas políticos, a ver a quién le extendemos un cheque en blanco para que nos resuelva la vida. Éste es el momento actual, el de la batalla por la confianza entre los líderes. Un momento para mayor gloria de los medios de comunicación, que gozan de la facultad de poner el acento en los vicios de unos, o las virtudes de otros, pudiendo condicionar la opinión ciudadana con lo que cuentan o lo que callan. Mal asunto para un país en el que hay más de cuatro medios «de trinchera», que disimulan mal sus intereses y juegan a ser factor principal en el camino hacia el poder o el desastre.

Las virtudes personales de los líderes tienen una enorme importancia, pero la idea democrática nació para construir un sistema que fuera capaz de controlar las desviaciones de sus gobernantes, de manera que los ciudadanos pudieran concentrarse en las opciones políticas, en la orientación de las decisiones que determinan cómo se crea y se reparte el beneficio y la riqueza. De eso deberíamos hablar cuando decimos que hablamos de política.