Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bartolomé Pérez Gálvez

Jóvenes y violencia de género

Para una cuarta parte de los españoles de entre 15 y 29 años controlar los horarios de su pareja es aceptable, en determinadas situaciones o, incluso, inevitable. Este es el dato que más ha trascendido del estudio que ha presentado esta semana la Secretaria de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Susana Camarero, sobre la percepción sobre la igualdad de género y la pareja por parte de los adolescentes y jóvenes españoles. Ha bastado esta cifra para que, socialistas y populares, vuelvan a enzarzarse ente si para dilucidar quién es el responsable de que las cosas no vayan mejor. Ya saben, la cuestión es seguir siendo la novia en la boda, dejando lo del muerto en el entierro para el otro. Y, aprovechando que hablamos de tolerancia e igualdad, ya tenemos nueva monserga a cuento de la Educación para la Ciudadanía (EpC), convertida una vez más en un punto de desencuentro.

Vaya por delante que los resultados del estudio no son, en absoluto, tan negativos. Otra cosa es la visión de quienes se muestran más interesados en la confrontación que en analizar la realidad y mejorarla. Bueno será advertir que la proporción de jóvenes «controladores» es idéntica entre hombres y mujeres: un 27% de los encuestados de ambos sexos. Tampoco está de más recordar que se trata de la forma de maltrato más frecuente. Muy lejos queda -¡menos mal!- la tolerancia respecto a la violencia verbal, física o sexual, que son observadas en menos del 5% de los encuestados. Pero, como indicaba, es llamativo que el dato que más se ha destacado de esta investigación no diferencie entre hombres y mujeres. En otros términos, se trata de uno de los pocos resultados que no se asocia a una desigualdad de género sino, precisamente, a todo lo contrario.

Como anticipaba, los resultados del estudio han sido aprovechados para sacar de nuevo a colación la controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía. Mientras la Secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, ataca a la EpC diciendo que no ha sido efectiva para reducir la tolerancia hacia la violencia de género, en las filas socialistas argumentan que la desaparición «de facto» de la asignatura es la responsable del problema. El rifirrafe entre ambos bandos es aún más ridículo si observamos las características de la población encuestada: jóvenes con edades comprendidas entre 15 y 29 años. La EpC fue incluida en el currículo escolar en el curso 2007/2008 de forma progresiva durante tres años, mientras que el trabajo de campo del estudio se realizó en junio de 2013. Por tanto, sólo los encuestados de 15 a 17 años habrían cursado esta asignatura en alguna ocasión. Vaya, que apenas una quinta parte de los participantes en la investigación recibió formación en EpC. Con esta pequeña representación, atribuir cualquier efecto de la asignatura en las conductas analizadas es, simplemente, una falacia.

Ciertamente parece un tanto frívolo. Ojalá la prevención de este tipo de conductas fuera tan simple. Con algo más de cincuenta horas lectivas, repartidas en distintos cursos escolares y de las que sólo una pequeña parte tratan sobre la igualdad de género y la violencia, dudo que se pueda solucionar el problema. Por supuesto que tiene un efecto positivo pero, si pretendemos cambiar a la sociedad española principalmente a fuerza de clases de «reeducación social», vamos apañados. En consecuencia -y aceptando la necesidad de seguir educando a nuestros jóvenes en la convivencia y el respeto a los demás-, dejémonos de tonterías y centrémonos en el problema y en sus soluciones más efectivas. Afirmar que la Educación para la Ciudadanía es el bálsamo reparador de esta lacra es propio de ilusos o, si lo prefieren, de demagogos. En el extremo opuesto, sólo la falsedad malintencionada puede justificar que se asocie la impartición de esta asignatura con la tolerancia hacia la desigualdad y la violencia. Ni una cosa, ni otra.

Lo realmente llamativo es que la investigación no orienta, en absoluto, a que el problema vaya a mayores. Muy al contrario, hay resultados que apuntan hacia una sensible mejoría en las opiniones y actitudes de la juventud española. Da la impresión de que no se han molestado en echarle una ojeada a las 236 páginas del informe porque, si así fuera, quizás percibieran una realidad bien distinta a la que han difundido en los medios. A la vista de lo publicado, uno se queda con la idea de que buena parte de los jóvenes no ven con malos ojos el maltrato hacia su pareja. Nada más lejos de la realidad ¡Cuántos rebuznos se evitarían con un poco de lectura!

¿Quieren datos? Debería bastarnos con uno: en 2008, el 89% de los jóvenes españoles consideraban totalmente inaceptable la violencia de género; en 2013, la cifra se eleva hasta un prometedor 95%. Y aun así hay que seguir subiendo, por más que siempre nos reste un porcentaje marginal de esos «psicópatas desalmados» a los que se refería Kurt Schneider, uno de los grandes maestros de la Psicopatología. No sé cómo lo verán ustedes, pero a mí estas cifras no me parecen en absoluto negativas. Sacar de contexto los resultados para obtener rédito político, a riesgo de estigmatizar a la juventud española, me parece deleznable. Por el contrario, hay motivos para la esperanza y debemos reconocer un cambio positivo, dejando al margen si el éxito es de tirios o troyanos. Porque, si a alguien hay que atribuírselo, es a los propios interesados.

La investigación presentada también aporta algunas soluciones que evidencian ser efectivas. Por ejemplo, las campañas de concienciación social están obteniendo efectos positivos. Eso sí, olvidémonos de los Gross Rating Points con que los publicistas miden el impacto, y centrémonos en cómo varían las prevalencias de actitudes, opiniones y comportamientos. El hecho de que las conductas de maltrato sean menos frecuentes entre quienes recuerdan estas actuaciones, ratifica su utilidad. Otros factores -quizás genéricos y no tan específicos- se asocian igualmente a un mayor rechazo de la desigualdad y la violencia. Cuanto más elevado sea el nivel educativo, menor será la aceptación de este tipo de actitudes. Otro tanto ocurre con el acceso al empleo, excelente vacuna para afrontar la mayor parte de los males que sufre la sociedad española. Y, ya que no sólo es cuestión de evitar la violencia sino de aproximarnos hacia la igualdad, es obligado recordar que la principal limitación se encuentra a la hora de compaginar la vida laboral y familiar. Asegurar la posibilidad de conciliar ambos escenarios es la mejor manera de alcanzar la equiparación de ambos sexos en el terreno laboral. Ya ven, no todo es Educación para la Ciudadanía.

No se construye un país a golpe de más enfrentamientos sino valorando positivamente los resultados obtenidos y buscando soluciones para mejorarlo, desde la obtención de la evidencia. Cuestión de aprovechar las conclusiones de este tipo de estudios y de opinar menos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats