El teniente general Sáenz de Santamaría, un militar que tuvo un lucidísimo y honroso protagonismo en la frustración de la intentona de golpe de Estado de la que están a punto de cumplirse 34 años, y un oscurísimo y tenebroso papel en la guerra sucia contra ETA, dejó dicho que en política «hay cosas que no deben hacerse; si se hacen, no deben saberse; y si se saben, se debe dimitir». Nunca he estado de acuerdo con el condicional que ocupa el lugar central de esa sentencia. La más elemental higiene democrática impone que en política haya cosas que no se perpetren, y si por flaqueza o falta de principios se cometen se dimita sin esperar a que estalle un escándalo. Pero, en todo caso, la fortuna que tenemos aquellos a los que nos ha tocado vivir esta época es que cada vez es más sencillo saber lo que se hace y más difícil ocultarlo.

Viene todo esto a cuento de la información que mi compañera Carolina Pascual publica hoy en este periódico sobre la existencia de una trama organizada que, utilizando identidades falsas, algunas usurpadas a personas realmente existentes, se ha dedicado en los últimos meses a jalear y apoyar a través de las redes sociales -Twitter, fundamentalmente- al candidato del PSOE a la Alcaldía de Alicante, Gabriel Echávarri, y a desprestigiar e injuriar gravemente, con increíbles ataques personales, a políticos de todos los partidos (incluido el suyo propio), profesionales, periodistas y todo aquel que haya podido en alguna ocasión mostrarse crítico o simplemente tibio con el también secretario general del PSOE alicantino. La trama ha difundido cientos, tal vez miles de tweets insultantes y difamatorios, y está siendo investigada por la Unidad de Delitos Informáticos de la Policía después de que una de las personas cuya identidad se usurpó para lanzar esos exabruptos, un arquitecto profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, fuera advertido del hecho y presentara la correspondiente denuncia. Los tweets que él jamás escribió pero que circularon en la red con su identidad llevaban incluso su foto, robada de su perfil social auténtico.

No voy a pedir aquí que Echávarri condene estos hechos. Ha tenido meses para repudiar estas prácticas, puesto que no podía desconocer lo que circulaba en Internet a través de decenas de cuentas falsas que le alababan a él, ofendían a sus rivales y ejercían presión sobre periodistas y medios de comunicación para coaccionarlos en su trabajo o conseguir en su beneficio un trato de favor. Pero sólo lo hizo ayer, después de que los responsables del partido por encima de él, a sabiendas de lo que hoy se iba a publicar, le ordenasen hacerlo. No creo, pues, que la dirección del PSPV -y en especial su secretario general, Ximo Puig- pueda conformarse con ese escorzo tan forzado como apresurado. Más bien se diría que lo que le compete a la cúpula del partido es que el candidato por Alicante les explique qué sabía de lo que estaba ocurriendo y les garantice que la investigación policial no va a alcanzarle, ni a él ni a nadie de su entorno, porque ni él ni nadie próximo a él hayan tenido nada que ver con este vómito a granel. ¿Puede ofrecer Gabriel Echávarri a Ximo Puig -y a Pedro Sánchez, su jefe de filas en el partido y en el Congreso, donde sigue ocupando escaño- esas garantías? Confiemos en que sí, o el PSPV puede encontrarse con un problema en plena campaña electoral conforme la investigación policial avance.

Porque el asunto no es baladí. Es muy grave. El encanallamiento de la vida política no es algo nuevo, pero sí un desgraciado fenómeno que con el paso de los años ha ido creciendo hasta llegar a niveles de juego sucio, cinismo y malevolencia intolerables en una democracia. La izquierda podrá decir que esa es un arma que históricamente ha utilizado la derecha. Pero ni esa es toda la verdad -la destrucción del adversario por medio de la difamación es una práctica instalada en todo el espectro ideológico, y muchas veces utilizada no contra el contrincante de otro partido, sino contra el compañero del mismo, tanto a derecha como a izquierda-, ni sirve de excusa. Con la aniquilación del rival por métodos torticeros, por no decir mafiosos, lo que se socava es el sistema mismo de libertades. No creo que sea eso lo que el PSOE pretenda. Por lo que es importante que el partido aclare hasta las últimas consecuencias lo sucedido, indague las conexiones, si las hubiera, entre quienes han cometido este atentado y sus propios dirigentes, y tome medidas ejemplarizantes que no dejen lugar a la duda de cuáles son los principios que los socialistas quieren defender y cuáles las desviaciones que no están dispuestos a tolerar.

Porque lo que está claro es que, con su participación o no, con su complicidad o su desentendimiento doloso, gentes como mínimo cercanas al PSOE de Alicante han estado desarrollando una campaña de acoso y desprestigio contra políticos, periodistas y todo tipo de profesionales. Una campaña cuya lista de damnificados a día de hoy es formidable (desde el líder local de Podemos, Jesús Bustos, hasta cargos públicos de Esquerra Unida, como Daniel Simón; desde ediles del PP hasta concejales e incluso dirigentes del PSOE críticos con Echávarri; desde periódicos a televisiones; desde profesores hasta funcionarios...), y que no sólo resulta absolutamente condenable, sino que deja a los socialistas en una posición dificilísima hoy, al sostener un inconcebible enfrentamiento contra todo el espectro social y político de Alicante, pero también mañana, si es que el día después de las elecciones municipales los socialistas pretenden establecer conversaciones con otras fuerzas políticas cuyos líderes han tenido que soportar antes toda clase de calumnias. Y todo ello, fruto de una forma perversa de entender el ejercicio de la política y de una evidente falta de fe en las posibilidades de que su candidato se imponga al resto en buena lid. Es una estrategia mil veces ensayada y siempre de infausto recuerdo. Escuché hace unos meses decir en una emisora de radio a Gabriel Echávarri que quienes criticaban sus nombramientos para el comité electoral del PSOE de Alicante eran «nazis», que utilizaban «tácticas de Goebbels». Espero que no fuera un lapsus.