Llama la atención tras la contundente victoria de la coalición Syriza en las elecciones griegas del pasado domingo, el hecho de que hayan saltado las alarmas en Bruselas sobre la actitud del nuevo Gobierno griego respecto de las políticas ultra liberales que la Troika ha impuesto a Grecia en los últimos años a cambio del rescate que la salvó de la bancarrota, pero haya pasado casi desapercibido, a tenor de la ausencia de declaraciones, que el tercer partido en las votaciones haya sido el grupo neofascista Amanecer Dorado. Este partido, que no merece ser llamado así, no sólo propugna la aplicación de un ideario nazi sino que tiene en mente charadas como la creación de una gran Grecia añadiendo partes de países que la rodean, abandonar el euro así como salir de la ONU y de la Unión Europea. Tampoco se escandalizaron las principales instituciones de Bruselas ni el FMI cuando, en las pasadas elecciones europeas, el partido fascista Frente Nacional se convirtió en la primera fuerza política francesa, partido que se declara abiertamente antieuropeísta.

Estas elecciones no han supuesto el fin de la troika en Grecia pero sí un más que posible nuevo tiempo en la manera en que debe aplicarse la tan repetida idea de que se deben hacer profundas reformas que los liberales de los centros de decisión de Europa exigen para que Grecia pueda seguir optando a la ayuda económica. Con el definitivo alejamiento de las clases medias griegas, o lo que queda de ellas, del PASOK, se constata la desaparición de uno de los dos partidos a los que la sociedad griega hace responsables de su hundimiento económico, pero, al mismo tiempo, con la victoria de Syriza se ha producido un resurgimiento de las ideas de izquierda derivadas a un radicalismo cuya intensidad está por aclarar. Al nuevo primer ministro griego Alexis Tsipras le han votado los antiguos votantes del PASOK pero sobre todo ha conseguido reunir el voto de la desesperación, el voto de un pueblo que ha visto que a pesar de haberse aplicado las durísimas reformas exigidas, el desempleo, la deuda y la pobreza se extienden sin que haya visos de ser ni siquiera contenidos.

Dijo el escritor Bruce Chatwin que todos necesitamos de una búsqueda para poder vivir, búsqueda que para el viajero reside en cualquier sueño. Los griegos constituyen una población aproximada de quince millones de los que cinco se encuentran en el exterior, cinco en Atenas y otros cinco millones en el resto del país. Esta división convierte a Atenas en el epicentro de la política griega, en una especie de ciudad Estado a semejanza de lo que ya fue hace 2.500 años, cuando la cultura griega vivió su esplendor y cuyo fulgor sigue formando hoy día la base cultural y política de Europa. El viaje homérico de Ulises lleno de dificultades y peligros parece haberse convertido en una realidad para los griegos del siglo XXI que deben enfrentarse a un sinfín de retos antes de poder enderezar su situación económica y social.

Las políticas aplicadas a Grecia, llamadas austericidas por su dureza, no sólo no han conseguido aliviar la situación de su economía sino que los principales índices han empeorado. La sanidad pública y la educación se acercan a su casi desaparición al tener que pagar sus usuarios, en el caso de la medicina, casi por cualquier gestión que se quiera realizar y por cualquier prueba médica que sea necesaria. Los comedores populares de Atenas hace tiempo que no consiguen dar de comer de manera eficiente al creciente número de ciudadanos que viven en la miseria o muy cerca de ella, habiendo aumentado de manera alarmante el número de suicidios y el de abandono de niños. Han cerrado decenas de miles de empresas y el salario mínimo y la pensión media se encuentran por debajo de la cantidad mínima que tendrían que tener para asegurar una vida digna a sus perceptores. ¿Para qué han servido entonces las medidas de la Troika?

Cuenta Manuel Vicent en su libro Del Café Gijón a Ítaca (Ediciones El País Aguilar, 1994) que una noche paseando por Vathy, la población más importante de Ítaca, se sentó en el pretil, al lado del mar, iluminado por una luz azul de una farola. Se tomó el pulso mientras pensaba en los amores, en los amigos, en las lesiones que el tiempo le había infligido. Tal vez había muerto hacía tiempo, pensó Vicent, y aquel lugar era en realidad el paraíso que se alcanza con la perfección. En mi primer viaje a Grecia, hace diez años, yo también caminé al anochecer por ese mismo lugar y también me tomé el pulso para cerciorarme de que estaba vivo. En España vivía solo en un aburrido pueblo costero y tenía una jefa que trataba de hacerme la vida imposible, pero nada de eso importaba. En realidad esa otra vida mía, que en Ítaca me parecía tan irreal, estaba a 2.500 años de distancia.

Los griegos tratan de hallar la solución a su descalabro económico, a su descomposición como país, con estas nuevas elecciones. De momento sólo es una búsqueda. Esa clase de búsqueda que reside en cualquier sueño.